viernes, 10 de febrero de 2017

FE

FE

Martín Gelabert Ballester

1. La fe, estructura fundamental de la existencia FE/ALIENACION:

«El hombre de la fe, el 'fiel', de cualquier índole, es necesariamente un hombre dependiente... Toda fe es de por sí una expresión de alienación de sí mismo, de abdicación del propio ser» 1. Estas palabras de Nietzsche expresan la idea que muchos de nuestros contemporáneos se hacen de la fe: la fe es alienante, infantil, expresión de inmadurez e incapacidad, incompatible con la ciencia, resultado de una ilusión poco realista. De ahí que bastantes sitúen la fe en el ámbito de lo infantil, de lo ilusorio o de lo irracional. Otros, pretendiendo ser más generosos, la sitúan en el área de lo religioso, considerado como un terreno opinable, en el que no cabe ninguna certeza ni comprobación científica. A este panorama, sin duda esquemático, pero que indica la orientación que subyace en los ambientes seculares y la que preocupa en los religiosos, vamos a contraponerle otra orientación que deberemos explicar: la fe no comienza en el área de lo religioso, sino que es una dimensión permanente que hace posible la vida y el progreso humanos; por eso, lejos de infantilizar, humaniza y está presente en todas las etapas de la vida; y además, lejos de ser irracional, exige el pensamiento y lo llama a su verdad. Prescindir de la fe, por tanto, no es ganar en autenticidad y grandeza, sino perder parte de la integridad humana.

1.1. Fe y vida

La fe tiene sus raíces en la vida misma. Lejos de ser un síntoma de inmadurez, la fe hace posible toda vida humana digna de este nombre, pues la fe es, ante todo, la confianza original del hombre en la existencia. Sin esta confianza no podríamos dar un sólo paso, nos aislaríamos totalmente y el temor nos invadiría convirtiéndose en obsesión enfermiza. Por muy desconfiado que sea, el mero hecho de salir a la calle o de comer lo que me ponen delante implica que mi desconfianza no es absoluta, que queda en mí un resquicio de confianza en que no me van a matar o no me quieren envenenar. Así, el misterio de la fe está en la profundidad insondable del ser mismo, coincide con el ser de la persona. FE/COMUNICACION: La fe además permite la comunicación, nos abre al otro en lo que tiene de indisponible, posibilita el acceso a lo oculto de su ser. Por muchos análisis bio-psicológicos a que sometamos a una persona, no podremos conocer su intimidad más que si entre los dos se abre una corriente de «confidencia» (cum fide). Sin fe, mi «yo» sería el límite definitivo de toda experiencia posible. La libre aceptación de la presencia de otro junto a mí y de su intervención en mi vida, más aún, el conocimiento de lo que esa persona es y tiene en su intimidad personal, de aquello que es más auténticamente suyo y que nadie puede conocer si ella no se lo ofrece, no puede ser alcanzado sino mediante el don de sí y la fe. La fe humana, pues, hace posible la convivencia y la comunicación. La única manera de establecer relaciones con alguien, un hombre, o un dios si lo hubiera, es mediante la confianza y la aceptación mutua. Este es el comportamiento más normal, más humano, que podamos imaginar.

1.2. Fe y pensamiento FE/PROGRESO

Por otra parte, la fe favorece el progreso: el del pensamiento y el de la ciencia. No se pueden oponer ciencia y creencia, pues, de hecho, la creencia juega tan gran papel en la ciencia como en casi todos los otros sectores de la actividad humana. Las ciencias progresan porque los investigadores no parten de cero, sino que aceptan (con-fían) las conclusiones a las que otros han llegado. Cierto, en las creencias recibidas puede haber vacíos, ausencias, errores, desviaciones. Pero el remedio no se encuentra en el rechazo de la creencia, pues esto sería volver al primitivismo, sino en realizar una opción crítica, y así favorecer el progreso nutriendo al conocimiento.
Lo mismo ocurre con el progreso del pensamiento. La fe es el movimiento más primario y espontáneo que nos permite situarnos coherentemente en el mundo e interpretarlo. En efecto, el hombre, al nacer, no entra en un lugar neutro e indeterminado, sino en un mundo ya culturalmente habitado y socialmente condicionado, heredando un lenguaje y unas formas de ser que le marcan decisivamente. A partir de y a través de este «presupuesto» adquirido (por puro don y confianza), percibe toda la realidad. Lo que ocurre es que su percepción está tan familiarizada con este presupuesto, que le resulta muy difícil distinguir y separar sus actitudes y su visión de las cosas, de la fe que las hace posibles.
Ya los antiguos escritores cristianos notaban que no hay conocimiento ni ciencia sin un cierto acto de fe: «La fe es más importante que la ciencia y es el criterio de la ciencia» 2, También san Agustín advierte de lo mucho que el hombre ha recibido de los otros y, por tanto, de la importancia decisiva que juega la creencia en la vida humana: «Ninguna sociedad humana podría subsistir sin merma si decidiéramos no creer nada que no pudiéramos considerar totalmente evidente» 3. Recordemos también la proposición de Anselmo de Canterbury: «creer para entender» Estos autores nos recuerdan que no hay verdadero ser humano sin la fe. Sin duda su posición supone una antropología: la del hombre como ser llamado al encuentro y a la comunión con el otro bajo cualquier forma que la alteridad presente en el ámbito de la realidad humana, la del hombre siempre en posición contingente y necesitado del otro, no sólo para conocer, sino sobre todo para realizarse. El hombre que no comprende que su verdadero ser se realiza en el abandono radical de toda forma de repliegue sobre uno mismo, en la salida de sí y en la auto-trascendencia, éste no comprende tampoco lo que significa la fe, la esperanza y el amor, ni podrá nunca construirse en relación, de ahí que le llamamos ego a la cerrazón y el individualismo: la autosuficiencia y el bastarse a sí mismo; “se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios” el pecado original recuperado en génesis

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Si la fe hace posible el pensamiento, resulta fácil comprender que la fe no puede ir contra del pensamiento, sino que debe darse la mano con él. El conocimiento exige confianza en el maestro y la aceptación previa de unos esquemas culturales en los que situarse. Ahora bien, para que esta confianza y aceptación sean dignas del hombre y le maduren, es preciso que el pensamiento los analice y los haga suyos. Apropiarse lo que viene de fuera significa integrarlo en mi propio pensamiento, de forma que me resulte connatural y deje de ser algo externo que se tolera porque se me impone autoritariamente. Se da, pues, una interacción entre fe y pensamiento, entre lo recibido y lo propio. Esto motiva la existencia autentica, de lo contrario su existencia será una ilusión pues apenas podrá pensar de otra manera que el diario que lee o el ambiente en el que vive.
Integrar lo ajeno en lo mío, de forma que lo ajeno deje de ser ajeno para ser lo más propiamente mío, he ahí la dinámica de toda maduración, he ahí la interacción a la que nos referimos. «Confía, pero mira en quién confías»: la fe no consiste en aceptar cualquier cosa, sino sólo aquello que resulta creíble. Y quien juzga de la credibilidad de un acontecimiento, de la conveniencia o inconveniencia de aceptarlo, es el hombre, el hombre razonable y sensible. De forma que la credibilidad (o sea, el que la fe resista la prueba del pensamiento) forma parte de toda fe, de la fe humana y también de la religiosa.

1.3. La apertura al misterio
La condición de la existencia representa el fin del instinto, el determinismo y da principio a la inventiva y la voluntad libre. Es por esa apertura existencial del ser humano que en su experiencia de lo real le planta frente al misterio, la total ignorancia del mundo y de sí mismo; esta situación lo pone en posición de angustia ya que se encuentra frente a la totalidad que ignora y el ser humano no sabe qué hacer con ella ni de sí mismo, la trascendencia se presenta así como el hacerse del ser humano en el mundo, realizarse. Su nota espiritual deviene física. Una vez superada la angustia, hemos visto que en ese encontrarse existiendo nace el pensamiento y el conocimiento con el cual el ser humano puede entonces orientarse entre las cosas que le aparecen como reales. La fe se traduce en la confianza con la que el ser humano entra en diálogo con el mundo y la naturaleza. Al hablar de la fe como estructura fundamental de nuestra existencia no hemos probado nada acerca de la legitimidad de la fe religiosa. Pero esto nos permite comprender que el existente en su trato con el resto de los seres, suscita la alteridad, que en caso de que haya un Dios, ha de entenderse como el radicalmente otro, por lo que entablar con él una relación de fe no es nada extraño ni ajeno al resto de nuestro comportamiento según las exigencias de nuestra humanidad, sino el comportamiento más humano que podamos imaginar, pues sólo así el ser humano trata consigo mismo y con todo aquello que no es él mismo. Más todavía: la legitimidad de la fe religiosa y su pretensión de absoluta necesidad para el hombre sólo resultan posibles si la fe está unida a una posibilidad del ser humano. Si el concepto de fe no designase un fenómeno predicable de todo hombre, es decir; no considera la humanidad del ser humano, entonces a toda comprensión moral o religioso le faltaría el contacto con una experiencia humana común y perdería toda obligatoriedad. Por ello la fe tiene una dimensión mística y ética en tanto que el ser humano debe confiar en el misterio en el que se desenvuelve su existencia y al optar y responder libremente hay una dimensión ética que le hace responsable de sí mismo, de los demás y del cosmos. El ser humano carga con la realidad y ha de encargarse de ésta, de manera que fe y justicia son un binomio inseparable: puesto que la existencia ha desajustado al ser humano, éste ha de procurar ajustarse a las cosas o morir. En ello está puesta la calidad de su vida y la del resto de todos los seres. Es por la fe que el ser humano se re-liga a la totalidad, orienta su existencia.
La integración de la fe en la existencia y por tanto su necesidad humana no supone la fe religiosa, sino al revés: es la fe religiosa la que supone la humana. Ahora bien, el dinamismo de la fe interpersonal nos deja en el umbral de la fe religiosa. Por la fe entramos en comunión con las personas. Pero este camino hacia el otro que es la comunión personal se descubre incapaz de llevarnos hasta la comunión total, firme y segura, por encima de toda limitación. Este es el entendimiento que ha de darse al binomio entre Fe y Justicia.
Una fe total entre hombre y hombre sería algo inhumano, pues el hombre es limitado, finito, contingente y resulta contradictorio apoyarse absolutamente en lo limitado. Apoyarse totalmente en el hombre es buscar un «dios» donde no está, y así quedar totalmente defraudado. Sólo, pues, si existiera Dios, que es absoluto  suficiente (un Dios que fuera el amor absoluto), merecería mi confianza incondicional. Sólo si Dios nos sale al encuentro, puede merecer nuestra fe total, la entrega de todo nuestro ser. En este sentido cabe decir que «sólo Dios es digno de fe». Así, el hombre que ama la vida queda a la espera de un tú que le ofrezca una comunión definitiva y universal. La fe se convierte así en una afirmación permanente de la voluntad de ser y de vivir.

2. Credulidad, racionalismo y credibilidad

2.1. La fe, entre el racionalismo y la credulidad

Una vez visto el papel que juega la fe en la vida del hombre, debemos insistir en algo esencial y fundamental: no puede aceptarse cualquier cosa ni a cualquier persona, sino solamente aquello y a aquellos que resultan creíbles, dignos de crédito. La creencia comporta un peligro, pues en ella puede haber errores, ausencias, vacíos, desviaciones; de ahí la necesidad de realizar una opción crítica, un juicio de valor no sólo sobre el testigo y la fuente de una creencia, sino también sobre uno mismo, pues cada uno debe ser consciente de sus propios límites. En este sentido, la fe plantea una pregunta crítica al saber que pretende apoyarse en uno mismo.

¿Y por qué este juicio crítico que comporta la fe? Porque en la fe no se trata de un asunto cualquiera, sino de aquello que más puede interesar al hombre y que éste desea alcanzar, como es el encuentro y la relación con el otro (hombre, cosa o Dios) que puede colmar su propia vida. Por este motivo, la fe tiene una pretensión realista: se trata, en ella y por ella, de alcanzar lo real, una realidad llena de sentido, alejándose de la nada y del vacío del sin sentido de la existencia.

La credulidad, por tanto, es uno de los mayores enemigos de la fe. Ya el autor del Eclesiástico nos advierte: «El que es fácil en creer de ligero, y en esto peca, a sí mismo se perjudica» (19,4). Crédulo es quien elimina el pensamiento de la fe y acepta lo que se le dice sin juicio crítico. La credulidad es, en el fondo, la reacción infantil del que desearía que lo que se le dice y promete fuera verdad, pero que se muestra incapaz de examinarlo por miedo a que no lo sea. La credulidad está muy emparentada con el gusto por los horóscopos, sueños y visiones. Así, el crédulo corre el riesgo permanente de vivir en la ilusión y la mentira, precisamente respecto de aquello que más parece y debe interesarle. Es una manera sencilla de aquietar la angustia que produce la incertidumbre de la existencia. No se trata, por supuesto, de pretender que sólo puede aceptarse lo deducible racionalmente o lo comprobable, pues entonces también quedaría eliminada la fe, los sentimientos o la intuición que apunta a un objeto no totalmente experimentable, pues, al menos en parte, está todavía por venir. Precisamente la fe va más allá de un «realismo racional» cerrado sobre sí mismo, que sólo acepta lo verificable con métodos positivos y pretende que no hay más futuro ni más posibilidades que la pura repetición mecánica de lo ya dado (entendiendo por dado la superficie visible de las cosas). Ahora bien, a este realismo craso y limitado no se le puede oponer un gusto por lo milagrero, lo maravilloso o lo extraordinario y sensacionalista, que tiene como único aval una imaginación que renuncia a todo análisis, a toda pregunta, y está sustentado por un miedo inconsciente a que tras el análisis se encuentre el vacío. Por ello para el creyente es fundamental tener presente que Dios (si existe) actúa en lo humano y a través de lo humano, no a pesar de lo humano o contra lo humano.

La fe se encuentra ante un difícil equilibrio y debe enfrentarse con dos extremos, enemigos de toda fe: el racionalismo, que limita la capacidad de lo humano a la pura comprobación empírica, y termina desembocando en el ateísmo; y la credulidad, que se deja deslumbrar por el gusto de lo maravilloso, y puede desembocar en el fanatismo. La fe está siempre dispuesta a confrontarse con el realismo, porque parte de lo real y quiere terminar en lo real. De ahí que sea a la vez humilde (frente a las pretensiones absolutas del racionalismo) y crítica (frente a las evasiones imaginarias de la credulidad). La credulidad no se deja corregir por lo real. El racionalismo es miope ante lo real y clausura lo real. La fe se fundamenta en el poder de lo real, pero descubre en lo real indicios que permiten cambiar su inercia pesimista y abrirlo a lo totalmente nuevo, aunque también es consciente de que vive en un presente que permite desmentir su esperanza. La fe lee en la realidad unos signos que fundamentan su confianza, descubre en el presente la anticipación de un futuro, confesando al mismo tiempo que todavía no es. Para el ser humano que se asume en la existencia la fe es el faro que le sostiene en la angustia de la ignorancia.

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1 F. Nietzsche, El anticristo, n. 54.
2 Clemente de Alejandría, Estr., II, IV, 15, 5.
3 De utilitate credendi, XII, 26; cf. Confesiones, VI, V, 7.
4 Cf. H. Fries, Teologia Fundamental. Herder, Barcelona í987, 24-36.
5 Miguel de Unamuno, Ensayos. Aguilar, Madrid 1958, II. 60-61.
6 Cf. DV 15.
7 LG 9.
8 DV 13; cf. San Juan Crisóstomo, In Gen. 3, 8 hom 17, 1; PG 53, 134.
9 Suma de Teología, 2-2, 1, 7, ad 3.
10 Cf. Tomás de Aquino, Suma de Teología, 2-2, 2, 1; De veritate, 14, 1.
11 Obras completas. Edición preparada por Manuel García Blanco. Escelicer, Madrid 1966-1969, Vll, 180.
12 Ibíd, III, 282.
13 Ibid., VII, 179. 5.1.
14 Que Dios se revela en la historia encuentra un apoyo decisivo en la Sagrada Escritura: en ella, más que una definición de la fe encontramos una historia de la fe, la historia de unos hombres que se han fiado de Dios, descubriendo cómo actuaba en su vida y en los acontecimientos, aunque Dios trasciende la historia
MARTÍN GELABERT 10-PALABRAS 1. págs. 225-251
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Bibliografía
Becker, O. y Michel O., Fe, en Diccionario Teológico del Nuevo Testamento.
Sígueme, Salamanca 1980, II, 170-187.
Fries, H., Teología Fundamental. Herder, Barcelona 1987, 23-131.
Gelabert, M., Introducción y notas a las cuestiones 1 a 16, en Tomás de Aquino,
Suma de Teología, III. (BAC), Madrid 1990, 35-148.
Lubac, H. de, La fe cristiana. Fax, Madrid 1970.
Pieper, J., La Fe. (Patmos) Rialp, Madrid 1966.
Trutsch, J. y Pfammatter, J., La fe, en Mysterium salutis, I, II, 1969, 879-989.
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Preciosa definición de la Biblia de Jerusalén en la nota a Mt 8, 10: Es un impulso de confianza y de abandono, por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y en sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de Aquel en quien cree.

Fundamentalismo de Occidente y del Extremo Occidente

El fundamentalismo islámico es predominante. Pero hay también una ola de fundamentalismo, especialmente en Francia y Alemania, donde aparecen con fuerza la xenofobia, la islamofobia, y el antisemitismo. Los varios atentados de al-Qaeda y de otros grupos yihadistas alimentan ese sentimiento que deshumaniza a todos: a las víctimas y a los que causan las víctimas. Podemos comprender los contextos globales que subyacen a la violencia terrorista, pero jamás, por ningún motivo, aprobarlas por su carácter criminal.
En varios grupos del islam el fundamentalismo es radical, creando un nuevo tipo de guerra: el terrorismo. Actualmente es ofensivo acusar a alguien de fundamentalista. Generalmente sólo los otros son fundamentalistas, olvidando, no es raro, que quien acusa vive también en una cultura de fundamentalista. Sobre esto quiero detenerme brevemente, aunque irrite a no pocos lectores. Me refiero al fundamentalismo presente en amplios sectores de Occidente y del Extremo Occidente (las Américas).
Históricamente el fundamentalismo, que ya pre-existía, ganó cuerpo en el protestantismo norteamericano entre 1890 y 1915 cuando un grupo de pastores publicó una colección de 12 fascículos teológicos con el título Fundamentals: a testimony of the Thruth (Fundamentos: un testimonio de la verdad). En él se afirmaba el carácter absoluto de las verdades de fe, contra la secularización, fuera de las cuales solo podría haber error. Ese fundamentalismo perdura todavía hoy en muchas denominaciones cristianas y en sectores del catolicismo conservador al estilo Lefebvre.
Diría con cierta exageración, pero tampoco tanta, que el fundamentalismo es una de las enfermedades crónicas de Occidente y también del Extremo Occidente y una de las más deletéreas. Está tan arraigada que se ha vuelto inconsciente pero fue bien expresada por el político más hilarante y grosero de Europa, Silvio Berlusconi, que declaró que la civilización occidental era la mejor del mundo y, por eso, debía ser impuesta a todos. Cito dos tipos de fundamentalismo: uno religioso y otro político.
El cristianismo de versión romano-católica fue durante siglos la ideología hegemónica de la sociedad occidental, del orbis catholicus. En esta lógica se ve el absolutismo de dos Papas, como una expresión clara de fundamentalismo.
El Papa Alejandro VI (l492-1503) por la bula Inter Caetera destinada a los reyes de España determinaba: «Por la autoridad de Dios todopoderoso a nos concedida en San Pedro, así como el vicariato de Jesucristo, os donamos, concedemos y entregamos con todos sus dominios, ciudades fortalezas, lugares y villas, las islas y las tierras firmes halladas y por hallar». Esto fue tomado en serio y legitimó la colonización española con la destrucción de etnias, culturas y religiones ancestrales.
El Papa Nicolás V (1447-1455) en la bula Romanus Pontifex dirigida a los reyes de Portugal es aún más arrogante: «Concedo plena y libre facultad para invadir, conquistar, combatir, vencer y someter a sarracenos y paganos en cualquier parte que estuvieren y reducir a servidumbre perpetua las personas de los mismos». También esa facultad fue ejercida en el sentido de «dilatar la fe y el imperio» incluso a costa del exterminio de nuestros indígenas (eran 6 millones) y de la devastación de nuestras selvas.
Esa versión religiosa alcanzó una traducción secular en los colonizadores que practicaban tal terror sobre los pueblos.
Lamentablemente esta versión absolutista fue resucitada por un controvertido documento del entonces cardenal Joseph Ratzinger, Dominus Jesus (2001), donde reafirma la idea medieval de que fuera de la Iglesia no hay salvación. Los demás están en situación de peligro ante la salvación eterna.
La versión religiosa anterior ganó expresión política por el Destino Manifiesto de Estados Unidos. Esta expresión fue acuñada en 1845 por el periodista John O ‘Sullivan para justificar el expansionismo norteamericano, como en la anexión de parte de México. En 1900 el senador por Indiana, Albert Beveridge explicaba: «Dios designó al pueblo norteamericano como nación elegida para dar inicio a la regeneración del mundo». Otros presidentes, especialmente George W. Bush, se remitieron a esa pretenciosa exclusividad. Ella justificó guerras de conquista especialmente en Oriente Medio. Parece que en Barak Obama no está totalmente ausente.
En resumen concentrado: los dos Occidentes se imaginan los mejores del mundo: la mejor religión, la mejor forma de gobierno, la mejor tecnociencia, la mejor cosmovisión. Esto es fundamentalismo que significa hacer de su verdad la única e imponerla a los demás. Esa arrogancia está presente en el consciente y en el subconsciente de los occidentales. Gracias a Dios, creamos también un antídoto: la autocrítica sobre los males que ese fundamentalismo ha traído para la humanidad. Pero no es compartido por la colectividad.
Viene a la medida la frase del gran poeta español Antonio Machado: «No tu verdad. La verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela». Si la buscamos juntos, mediante el diálogo y la cordialidad, entonces desaparece cada vez más mi verdad para dar lugar a la Verdad comulgada por todos. Y así se puede, quien sabe, limitar el fundamentalismo en el mundo en los dos Occidentes.
Leonardo Boff
(n. en Concórdia, Brasil, 14 de diciembre de 1938), Es un teólogo, ex-sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño. Fundador de la Teología de la Liberación.