EL ORIENTE Y EL OCCIDENTE ANTE LA IDEA DEL
HOMBRE[1]
De entre los
problemas que hoy preocupan al pensamiento filosófico occidental, ninguno se
destaca con más vigor que el que podemos definir como la idea o el concepto del
hombre. ¿Qué es el hombre? Y considero interesante referirme a este tema,
precisamente en el seno de una institución que nos lleva a sentir, por la
denominación que la distingue, Amigos de la India, que no se
contenta con lo que nuestro mundo occidental ofrece, sino que trata de
auscultar y comprender el valor que puede existir en detenerse ante otros
mensajes culturales.
Época de
integración. Hay un factor que sitúa en primer plano la
posibilidad de un acercamiento entre Oriente y Occidente, antes inconcebible:
el actual momento histórico. Observemos que todo nos empuja hacia las grandes integraciones.
Toda época y, en ella, todo país, parece haber tenido una misión específica
dentro de la ingente obra humana; pero parece ahora como si hubiéramos
traspasado los límites de lo particular, para fundir en un vínculo casi cósmico
todo lo que, como legado, cada civilización ha venido a ofrecernos. En lo
social, en lo económico, en lo cultural, en lo religioso, son insuficientes las
aportaciones de cada parte, y caminamos hacia la búsqueda de la fusión de
todas, de una integración común. No nos basta esto aquello, sino esto y
aquello, para que el corazón humano siente que solamente sobre la firme roca de
un mutuo entendimiento, se desvanecen temores y suspicacias.
El fin de la
vida ha de ser la vida misma. Esta característica de
entendimiento voy a concentrarla, pues, en el hombre como flecha orientadora, a
pesar de que tengamos que reconocer que no ha sido su personalidad la meta de
la inquietud del Occidente, el propósito fundamental de la investigación
científica. El hombre, y su vivir, han quedado en lugar secundario. Muy lejos
de la actitud occidental hemos de situar la afirmación de Goethe: “EL FIN DE LA
VIDA ES LA VIDA MISMA”. No merece atención alguna el milagro de ser; ha
interesado el hombre como instrumento, como medio de un fin, como animal
mecanizado capaz de producir algo sorprender, asombroso, pero que deja en la
sombre lo que le dio origen: su alma creadora.
Este camino
de la ciencia a la que poco a poco todo ha ido supeditándose, ha llevado a
sentir las infinitas posibilidades del estudio de lo fenoménico, pero asimismo
ha tenido que llegarse a reconocer la limitación que existía frente a la
esencia creador de la vida. El físico Einstein con sus matemáticas abstractas y
su afirmación: “Lo mejor que podemos experimentar es el misterio…” parece que
despeja un nuevo camino a la investigación científica que podríamos expresar
así: “no nos contentemos con la seguridad del mundo sensorial; vayamos más
allá, hacia donde no hay nada en qué apoyarse y… experimentemos”. El
pensamiento de Einstein coincide con el período de integración que estamos
viviendo, y que nos invita a ampliar nuestro horizonte, a descansar nuestras
observaciones, en puntos de mira universales, para que lo propio, lo que había
sido peculiar y cerrado, se convierta en cósmico.
Ante el
interrogante. Será, pues, el hombre el punto de enfoque de esta
plática, y considerando la etapa que vivimos de integración de valores,
destacaré los que corresponde a dos realidades filosófico-culturales hasta
ahora muy distantes: Oriente y Occidente. Puesto que el Occidente, en su
constante búsqueda, parece como si sintiera la necesidad de sumergirse en lo misterioso
y desconocido, veamos en qué forma palpita eso desconocido en las milenarias
escrituras sagradas de la India. De antemano hemos reconocido que pregunta
alguna en torno a nuestro objetivo, la idea de hombre, podrá hallar respuesta
satisfactoria. Dos factores primordiales se oponen a ello: uno, nuestra
tradicional actitud mental dentro de las características que le son propias, en
este caso, el tratar de concebirnos como algo más que como seres naturales o
simples fenómenos; el otro factor, quizá el fundamental, el que nos descubre el
filósofo francés, Henri Bergson, cuando dice “La realidad sólo puede captarse a
través de una facultad que trascienda los procesos mentales”, lo que implica un
tipo de conocimiento íntimo, propio, personal, que no permite conclusiones de
trascendencia colectiva.
¿Por qué, a
pesar de todo, me mantengo en un tema que no nos permite llegar a conclusión
intelectual alguna? Porque el problema de nuestra época es el hombre. Todos
reconocemos que cualquiera que sea el aspecto que enfoquemos de nuestra
realidad colectiva ya sea el educativo, el político, el social, el económico,
algo nos falla y este sentimiento nos lleva a deducir que, siendo el hombre el
impulso creador de todo, en él, en nada más, radica el problema. Sin duda que
no vamos a resolverlo con una idea del hombre que nos lleve a una actitud vital
más universal e íntegra que la presente, porque el mundo que proyectamos es el
de la acción inerte de los intereses creados, no de un activo pensamiento
renovador. Pero la conciencia del problema puede significar el primer paso
hacia una ruta orientadora.
Pensamiento
griego: conocer. Retrotraigamos a Grecia el inicio de nuestro estudio. Tras
Protágoras que afirmó “el hombre es la medida de todas las cosas”, pero un
hombre sumergido en la limitación de los sentidos, tres filósofos se nos
destacan en la Grecia inmortal, y teorizan sobre el hombre abstracto, arraigado
en un nivel metafísico. Mencionemos en primer lugar a Sócrates, cuyas ideas
conocemos, en este caso, a través de Jenofonte. Afirma: “El hombre no es un
accidente cósmico, sino una fase culminante de todo el orden natural, con una
función peculiar e importante. Sólo él puede iluminar la naturaleza con la luz
del entendimiento y dirigir conscientemente su vida y sus actividades dentro de
una armonía voluntaria con el orden establecido. Corporalmente el hombre es de
la misma materia a que se encuentra en todo el universo; pero la razón humana
es parte de una razón cósmico”.[2]
Platón
concebía al hombre como dual. Textualmente dice: “El alma está en el cuerpo
como el marinero en un barco. En él puede actuar independientemente y utilizar
el cuerpo como instrumento. Si ejerce debidamente sus funciones de capitán,
conducirá el cargo a donde tenga que ir; si es indolente y no sabe salvar los
peligros, puede legar a perderse en el mar. El culpable evidentemente no es el
barco, sino el timonel”.[3]
Según
Aristóteles “La estructura de una existencia individual está inmersa en la
material y es ininteligible. Para comprenderla hay que separarla y abstraerla
de esta materia individual”. Vinculando esta existencia individual con el
problema del conocimiento, agrega “La inteligencia humana no es completamente
pasiva, actúa sobre el objeto confuso de los sentidos, y así construye el
conocimiento de las cosas”.[4]
Ninguno de
los tres filósofos separó la religión de la filosofía, ya que una y otra
constituían una unidad en el pensamiento griego. Aceptaban los tres la
existencia de Dios, concebido como Ser supremo y ordenador del Cosmos:
Sócrates, como consecuencia de su descubrimiento de la inteligencia racional y
del orden natural; Platón como reacción contra Protágoras y los sofistas, con
su afirmación: “Dios, no el hombre, es la medida de todas las cosas”, además de
afirmar asimismo: “Una Causa racional vela por los asuntos de los hombres, pues
en realidad es esa Causa la que sostiene todo el orden cósmico.”[5]
Aristóteles reconociéndole como “Ser que existe necesariamente como acto puro y
autosuficiente”, si bien considerando que carecía de sentido “la búsqueda de Su
Causa.”[6]
En ningún
tratado, sin embargo, ni los diálogos que Platón atribuye a Sócrates, apunta la
necesidad de establecer relación o nexo alguno entre el Criador y su criatura.
Y es que, a pesar que los tres filósofos distinguen bien claramente el mundo de
los sentidos y el de la razón, invisible, como Dios, el problema de su
filosofía se centra fundamentalmente en el conocer, no en el ser; CÓMO se
conoce y QUÉ hombre surge como resultado de ese conocimiento, no lo que el
hombre ES. Para su objetivo, la realidad humana al descansar en “una Causa”
ordenadora de su vida, sin que nada venga a perturbar ese punto de vista,
encuentra su expresión plena en el mundo material que era la morada del ser
concebido como una integridad de organismo físico, individuo social y razón
creadora en los diversos campos del arte, de la ciencia o de la filosofía.
Para
comprender qué factor determina la bifurcación entre el pensar oriental y el
occidental, ya en la autora de la vida histórico-filosófica, veamos a grandes
rasgos en qué forma enfoca el Oriente el problema del CONOCER. Leemos en sus
escrituras sagradas ese pensamiento: “La fe es un rayo de luz en la oscuridad;
el conocimiento es la evanescente luz del día, y la razón es el camino que
comunica la fe con el razonamiento.”
Pensamiento
oriental: ser. La actitud del hombre oriental ante lo desconocido o
trascendente, no es la búsqueda, sino de serena aceptación de que el misterio
le rodea, misterio que no pudiendo develar con los medios que tiene a su
alcance: los sentidos y su inteligencia, los sustituye por la FE que considera
“rayo de luz en la oscuridad” que le circunda, por el CONOCIMIENTO que reconoce
valioso como la luz del día, aunque lo estime transitorio, y por la RAZÓN, como
el medio que le conduce de la fe inicial a un conocimiento más o menos
auténtico. La distinta actitud entre el oriental y el occidental frente al
mundo y al hombre, deriva de la aceptación del valor de la razón, RELATIVO
según el primero, ABSOLUTO según el segundo, para conocer la realidad.
¿Qué
laboratorio, si la razón no basta, puede permitir al hombre oriental descubrir
la verdad o el error de aquello que, en pos del misterio de su personalidad, la
trascienda? Sólo un laboratorio considera fidedigno el Oriente: la intuición
humana. He ahí donde los métodos se separan: el Oriente ante lo humano
desconocido, nos traza la tura hacia su interioridad para que la honde en
función vial; el Occidente lleva a cabo la búsqueda hacia afuera, hacia la
naturaleza, para que la razón se explique el misterio del ser.
Nos afirma el
BHAGAVAD GITA, un exquisito canto que figura en la gran epopeya de la India, el
MAHABHARATA, que hay tres tipos de fe para captar lo trascendente, es decir, lo
que no se halla regido por las leyes naturales: la fe sencilla del inocente
apoyada en puntales externos, y que, por corresponder a la primera etapa del
conocimiento, descansa en la autoridad; la fe del intelectual a quien no basta
lo que pueda afirmar los demás o lo que hayan sido las verdades consagradas de
la tradición necesita dela lógico y, con base en su duda personal, trata de
escrutar, justificar y comprender. El tercer tipo descansa en la fe pura; la
misma de San Anselmo, cuando sostiene “hay que creer para comprender”; es la fe
que fusiona en tal forma, por acto de amor, al conocedor con el objeto de su
conocimiento, que nada se intercepta para la comprensión.
Las más antiguas
escrituras de la India son los Vedas, y en el último verso del Canto a la
Creación del RIG-VEDA, apunta el despertar de la interrogación filosófica, la
acción de la menta humana oscilando entre la duda y la fe. Citaré solamente los
dos últimos versículos del exquisito Poema:
¿Quién conoce
la verdad? ¿Quién puede decirnos de dónde y cómo surgió este Universo? Los
dioses no existían todavía; ¿quién sabe, pues, de dónde vino esta Creación?
Solamente el
Dios que ve desde la altura suprema, solamente Él sabe de dónde vino este
Universo, si fue creado o es increado; solamente Él; o quién sabe, quizá Él
tampoco lo sepa.
De la
naturaleza externa que los primeros Vedas comentan, pasan otras escrituras
sagradas, los UPANISHADS, a referirse a la naturaleza interna del hombre. En
ellas se formulan preguntas fundamentales sobre la esencia de las cosas y del
ser humano, y las respuestas pueden resumirse en dos palabras: BRAHAM, Dios y
ATMAN, el espíritu del hombre; dos nombre para una sola verdad: BRAHAM como universo,
esencia primordial; ATMAN como hombre, su proyección. Y el KENA UPANISHAD, para
conducir a una idea de BRAHMAN, interroga:
¿A qué
requerimiento de quién vaga la mente? ¿Quién primero lanza la vida a emprender
su jornada? ¿Quién nos impulsa a hablar?
Lo que no
puede expresar la palabra, pero gracias a lo cual la palabra se expresa, eso es
Brahman, el Espíritu, no el ser que aquí los hombres adoran.
Lo que no
puede ser pensado por la mente, pero gracias a lo cual la mente piensa, eso es
Brahman, el Espíritu, no el ser que aquí los hombres adoran.
La
experiencia espiritual de ATMAN viene expresada en las palabras del CHANDOGYA
UPANISHAD:
Hay un
espíritu que es mente y vida, luz y espacios infinitos. En él hállanse contenidas
todas las posibilidades y todos los deseos, todos los perfumes y todas las
sensaciones. Envuelve al Universo, y es el amante que en silencio late en todo
lo creado.
Este espíritu
mora en mi corazón. Es más profundo que un grano de arroz, o que un grano de
cebada, o que la semillas de un grano de cebada, o que la semilla de un grano
de alpiste. Este es el Espíritu que mora en mi corazón. Es mayor que la tierra,
mayor que los cielos, mayor que todos los mundos. Este es el espíritu que mora
en mi corazón. Este es BRAHMAN.
Lo que
precede, y si acudiéramos al pensamiento chino de Lao-tsé o Confucio,
sentiríamos la misma afinidad espiritual, lo he citado simplemente para que
podamos darnos cuenta de la diferencia de actitud entre el occidental y el
oriental, frente al misterio de la Creación y del Hombre. El Oriente trata de
llevarnos a sentirlo con palabras que intelectualmente nada definen, pero que
por su bella y su misma vaguedad, nos transportan a un estado de conciencia; el
Occidente, primero a través de la filosofía griega, escruta cómo conocer la
realidad, y después, tras la etapa profunda religiosa de la Edad Media, se
siente arrastrado por la tendencia científica que agudiza el método
experimental de la que derivan las afirmaciones contundente y concretas: “… el
Cosmos nació…, nuestro sistema solar se formó…” precisiones exactas con
respecto a lo fenoménico, pero que no evitan nuestra angustia con respecto al
misterio que rodea lo vital.
De unos años
a esta parte, ya en el umbral del pensamiento filosófico moderno, una inquietud
acosa la filosofía occidental: la idea o el concepto de hombre. Antes de entrar
en ella precisemos todavía algunas afirmaciones del Oriente, para darnos cuenta
de que algo asoma en el pensar
occidental contemporáneo, similar a ellas.
Realidad
humana: dos mundos. Concibe el Oriente la realidad donde se proyecta el ser humano como
la integración de dos mundos que se despliegan durante un proceso evolutivo: el
externo y el interno. Del externo forma parte el organismo físico que entra en
contacto con él a través de los sentidos y con la colaboración de la mente o
razón, lo más elevado de ese organismo. El interno corresponde a una realidad
que solamente puede alcanzar lo Indefinible en el hombre, el único ser que,
entre todo lo creado, posee el don de la conciencia y, por lo tanto, la
capacidad de observarse hacia afuera como objeto de conocimiento y hacia adentro
para descubrir su subjetividad en acto vital de autorreflexión.
La concepción
occidental que arranca de la tradicional filosofía de Platón y Aristóteles
también reconoce que “el rasgo distintivo del hombre es ser una integridad de
cuerpo material y alma invisible, no como entes separados, sino como
principios, de cada uno de los cuales sólo existe la virtud del otro, dos
factores interdependientes de UNA sola cosa.” Pero como sea que el mundo
interno del hombre corresponde a la razón, instrumento del conocer, se mantiene
intocable para los griegos lo que en la tradición oriental subsiste como ser,
espíritu, singular en la persona, universal en el cosmos, singularidad y
universalidad fundidas en lo que podríamos llamar el Alma mater del mundo.
Búsqueda en
paralelismo. A través de los siglos ha perdurado en el Occidente
el pensamiento filosófico griego, pero matizado por acontecimiento de tanta
trascendencia, y últimamente por el movimiento científico, que no podemos
considerar griego el pensamiento contemporáneo. Algo más hemos de tener en
cuenta para comprender la laguna que existe entre nuestro pensar y el oriental:
en éste no se ha producido divorcio alguno entre religión y filosofía, en tanto
que en Occidente la influencia de la ciencia y su tendencia materialista, ha
dividido en forma tajante los dos campos. Sin duda, la ciencia ha pretendido
sinceramente ir en pos de la verdad, más para encontrarla se ha movido, hasta
entrado en este siglo, dentro del campo de las ciencias naturales, y su método
de experimentación no ha podido conducirle, en lo que corresponde al hombre
sino a que un premio Nobel de física, Alexis Carrel, le lanzara un verdadero
desafío en la plenitud de su gloria, su famoso libro, “EL HOMBRE, UNA
INCÓGNITA”.
A pesar de
esto podeos encontrar en el campo de la filosofía y veremos después que incluso
en el de la cinecia, huellas que nos encaminan hacia un modo de despeje de esta
incógnita.
Como
introducción orientadora partiré de filósofos que no pertenecen a nuestro
siglo. Según Kant, la criatura humana es
un ser que pertenece no sólo a la naturaleza, pues está situado en los límites
entre ella y OTRO REINO. (¿No nos recuerda esto la realidad de los dos mundos
del pensar oriental?). La filosofía se detiene ante ese reino, ya que la razón, único instrumento de
conocimiento, no le permite ir más allá.
Goethe, el
artista de las plenitudes afirma: “El hombre es el primer diálogo que la
naturaleza sostiene con Dios.” ¡Con qué imagen tan bella y profunda nos revela
el poeta cuál es la trascendencia e inmanencia del hombre, la trascendencia e
inmanencia de Dios! El hombre se ha convertido en naturaleza, trascendencia de
Dios, pero puede dialogo con Él, su creador, porque en su seno late Su
inmanencia. He ahí el BRAHMAN y el ATMAN de los UPANISHADS. No nos interesa
referirnos aquí a la trascendencia de Dios en lo creado, sino simplemente en
aquello que puede dialogar con Él, el hombre, lo único en el Universo
consciente de su finitud; conciencia por
lo tanto, que le otorga la intuición de lo infinito.
Hegel, en su
libro “El espíritu del cristianismo y su destino” afirma:
En cada hombre
está la luz y la vida; él es la propiedad de la luz, pues no le ilumina luz
alguna a la manera de un cuerpo opaco que muestra un resplandor que le es
ajeno, sino que se enciende con su propia materia ígnea, y su llama le es
propia.
¿En qué se
diferencia este pasaje de Hegel de la definición que de ATMAN hace el CHANDOGYA
UPANISHAD, anteriormente citado?
El filósofo
alemán, Feuerbach, hace una afirmación de gran alcance en lo que corresponde a
la idea de hombre: “El ser del hombre se halla en la unidad del hombre con el
hombre”, lo que implica que no es en el ser humano aislado donde podemos hallar
la respuesta a lo que él es, sino en la mutua, efectiva y total relación entre
hombre y hombre.
Dentro dela
línea de la antropología filosófica, cada vez más profundo el pensamiento
moderno, encontramos a otro filósofo, Husserl, que nos llama la atención sobre
el hecho de que el fenómeno histórico de mayor trascendencia, es el que nos
conduce a observar una humanidad que incansablemente lucha por “su propia
comprensión”. El sentido de la historia, según este pensador, no podemos
encontrarlo en la relación de los hechos, “sino en el heroico y angustioso
esfuerzo que realiza el ser humano para comprender a través del proceso
histórico.”
En los
UPANISHADS, en tantos aspectos culminación de ideas fundamentales, encontramos
estas significativas palabras: “No es el pensamiento lo que debe interesarnos
conocer, sino al pensador”, es decir, no es la proyección del hombre –el blanco
de nuestra ciencia occidental-, lo que debe importarnos, sino él, como origen
de la proyección.
De entre los
filósofos de nuestra época, destaco a Max Scheler. Transcribo de su libro, EL
PUESTO DEL HOMBRE EN EL COSMOS, estas palabras: “Somos la primera época en que
el hombre se ha hecho problemático de manera completa, pues, además de no saber
lo que es, SABE que no lo sabe.” “El yo humano es el lugar único de la
divinización accesible a nosotros”. “En el hombre se hace patente el atributo
espiritual de ente en la unidad concentrada de la persona que se recoge a sí
misma”. “En la escala del devenir, el Protoser (El Creador), mientras va
construyendo el mundo, se va volviendo cada vez más hacia sí mismo, para
poseerse por completo en el hombre, en etapas cada vez más elevadas.” “Dios no
es, sino que deviene en el hombre”.
Max Scheler
nos conduce, con sus palabras, hacia una idea del hombre que no excluye una
actitud que trasciende a la razón, actitud que el racionalismo occidental
rechaza por considerarla de tendencia religiosa. El decir Scheler: “en el
hombre se hace patente un atributo espiritual… el Protoser mientras va
construyendo el mundo… Dios devienen el hombre…” acepta la realidad de Algo en
cuyo seno el hombre se desenvuelve. Algo que no es estático, sino que
constantemente se recrea en lo singular y único de la creación, en el hombre.
Otro filósofo
contemporáneo ya mencionado, Bergson, en su libro “Evolución Creadora”,
comenta:
¿Puede existir
una estructura más perfecta, más elabora que una sinfonía de Beethoven, por
ejemplo? Y, sin embargo, a través del esfuerzo de seleccionar, ordenar, suprimir,
que tiene lugar al nivel intelectual, el compositor lucha por algo que está más
alá de ese nivel, para llegar a captar el sentido de aceptación o rechazo, de
dirección, de inspiración, en suma. Es en ese otro nivel donde palpita la
emoción indivisible que, sin duda la inteligencia trata de expresar en música,
pero que es más que simple inteligencia y más que música. En contraste con la
emoción corriente, por debajo de lo intelectual, esa emoción superior,
trasciende el dominio de la voluntad. Una emoción de esta clase evidentemente
puede compararse, aunque sea remotamente, al amor sublime que es para el
místico la misma esencia de Dios.
Trascendencia
de lo fenoménico. Los pensamientos que preceden, trascienden la pura concepción
científica del Universo y del hombre; parecen moverse dentro de la concepción
filosófico-religiosa que se mantiene viva en los UPANISHADS: el que el espíritu
del hombre, el misterio de la vida, la lúcida conciencia que, a veces, rige el
obrar humano; el amor que es fuente de dicha infinita, la visión de lo bueno y
de lo bello que en el mundo existe, todo esto es algo que está por encima del
nivel de la razón, pero algo que hay que tener en cuenta, a pesar de que no
pueda explicarse, apoyándose en ella.
El filósofo
alemán, Rudolf Steiner, dice en su libro FILOSOFÍA DE LA LIBERTAD:
… La
conciencia humana sirve de mediadora entre el pensamiento y aquello que desea
conocerse. En cuanto el hombre observa el objeto de conocimiento, se le aparece
éste como dado; en cuanto piensa, se aparece él mismo como activo. Considera el
objeto como OBJETO, y a sí mismo, como SUJETO pensante. Por el hecho de que
aplica su pensamiento a la observación, tiene conciencia de los objetos; por
aplicarlo a sí mismo, tiene conciencia de sí mismo, o sea, del ser del hombre,
del que tan poco se ocupa la psicología.
El jesuita Teilhard
de Chardin en su libro, EL FENÓMENO HUMANO, destaca el valor de esta conciencia
de sí mismo, con esta afirmación:
La aparición
del poder de REFLEXIÓN en el hombre puede considerarse como umbral o cambio de
estado, que nos lleva a una nueva forma de biología.
Y Martin
Buber, quien fue profesor de filosofía en una Universidad de Israel, partiendo
de Feuerbach, considera que no es suficiente el autoconocimiento para que el
hombre se encuentre en acontecimiento vital. Y expresa así su idea:
“Si lo
fundamental de la existencia humana es la relación del hombre, el enfoque de
esta relación es fundamental para conocerle. Puede tener lugar la relación
vital en momentos fugaces de nuestra vida cotidiana: un contacto en la angustia
de un peligro, en la plenitud de un sentimiento artístico, en el patetismo de
una tragedia. El diálogo humano queda substituido, en esos instantes, por
aquello que trascendiendo dos existencias personales, se cierne ENTRE las dos.”
Síntesis: El Oriente,
considerando al hombre como ser de dos mundos, ha mantenido inmutable, a través
de los siglos, una actitud metafísica que le ha permitido enfrentarse, incluso
con el materialismo que caracteriza nuestra época, incluso con el sentimiento
de angustia y soledad que ha penetrado en el corazón del hombre occidental
contemporáneo a raíz de las dos últimas guerras mundiales. La esencia de esta
actitud descansa en la aceptación, al margen de todo razonamiento, de las
palabras de los UPANISHADS: “Tú eres Eso”, lo que equivale a: tú, hombre,
aparentemente fugar y mortal, eres Eso, lo inefable, lo infinito; Eso que late
fuera y dentro de ti.
El Occidente,
si bien fiel a sí mismo en su búsqueda de la verdad, parece como si intuyera un
sentido de trascender el tradicional círculo cerrado materialista, y ante la
idea del hombre, la tendencia que primordialmente distingue al pensamiento
moderno es la que ahonda la afirmación ya citada de Feuerbach: El ser del
hombre se halla sólo en la unidad del hombre con el hombre”, hondura que
Teilhard de Chardin encauza con estas palabras: “Cuanto más nuestro ‘Yo’
penetra en el ‘Otro’, más se descubre a sí mismo”, y Martin Buber con estas
palabras: “Para comprender la personalidad humana, hemos de ir más ‘allá’ de lo
subjetivo, más ‘acá’ de lo objetivo, mantenernos en el agudo filo donde se
encuentra el ‘Yo’ y el ‘Tú’.”
Nos sentimos
flotar en todas estas afirmaciones, la metafísica de los UPANISHADS: “Tú eres
Eso”, pero realizado en el Occidente el “Eso” infinito, en conquista liberadora
en diálogo sin palabras, entre uno y otro ser humano.
Bibliografía:
·
Sola de Sellares, María; Aventura del Pensamiento;
Cuadernos Americanos; No 3, Mayo-Junio de 1972. El Oriente y el Occidente Ante
la Idea del Hombre; pp. 120-130.
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