La Hermana Luna y la Hermana Camila llevan sus hábitos bien puestos, se hacen llamar monjas, pero, al mismo tiempo, se desmarcan de cualquier religión.
Compañeras y amigas desde los 14 años, estas dos Monjas Cannabicas se saben reconocidas entre aquellos que se han involucrado en la creciente cultura empresarial de la marihuana y que les piden, en medio de la primera edición de CannaMéxico,
una selfie, una foto, una forma de registrar esta extravagancia que hoy
miran en el ya de por sí contexto sui géneris que representa un
congreso de marihuana en México.
La Hermana se refiere a Sisters of the Valley, una hermandad dedicada al negocio del Cannabis en California.
Luna y Camila son las dos primeras monjas mexicanas que se adhieren al
grupo, las primeras que hablan castellano, las primeras provenientes de
un país latinoamericano que ha visto muertes y sangre derramada por una
guerra contra las drogas.
“Creo que si hubiéramos querido emprender el negocio aquí no hubiéramos hecho nada.
En México, para empezar, no hay protección, no tienes seguridad, y en
un negocio así lo que se necesita es sentirse protegido, que haya
organización en el Gobierno”, se lamenta Camila.
Las monjas llegaron a CannaMéxico, convención sobre cannabis organizada por el expresidente Vicente Fox,
cargando unas mochilas que multiplicaron el tamaño en sus menudas
anatomías, una de gafas RayBan, las dos de tenis deportivos y las ganas
de darse a conocer: difícil que una monja pase desapercibida en medio de
un tumulto cannabico; imposible cuando son dos.
Sisters of the Valley fue creada por la
Hermana Kate –en la congregación los apellidos han quedado en el
olvido–, quien comenzó a sembrar marihuana como un grito de rebeldía
contra un Gobierno que, consideraba, no ofrecía el apoyo suficiente a
las mujeres trabajadoras.
Los hábitos de la hermandad son, entonces, pura desobediencia.
Una forma inédita de feminismo que tiene en el centro de la
conversación una polémica planta, la cual también representa el sostén
para el grupo.
Con el cannabis que siembran, las monjas obtienen cannabidol, una sustancia que se extrae de la planta, de gran potencial para disminuir dolor. Con esta sustancia, las monjas fabrican jabones, pomadas y cápsulas que entregan a diversas partes del mundo. Los
envíos pasan por artículos de cuidado personal, llegan a diferentes
países y generan ganancias suficientes para mantener al grupo.
California le demuestra algunos días al mundo que los nuevos
multimillonarios se hacen en sus campus hipertecnológicos y, otros, que el cannabis es el nuevo rompope y que la nueva visión religiosa de las monjas es igual a monjas que no tienen religión.
En estos días, los legisladores
mexicanos evalúan la posible legalización de las drogas, un mercado que se
mantiene bajo la sombra de lo ilegal, pese a las propiedades reconocidas de la
planta.
Será el gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador quien decida si México retira el tabú de la prohibición o si pasará por alto el potencial de industria que tiene en Canadá y California (además de 8 estados de la Unión Americana) a los principales ejemplos del valor que puede alcanzar como economía.
Mientras tanto, las Hermanas Luna y Camila siguen con el negocio
desde Estados Unidos, con los rituales de luna llena, con los hábitos
puestos, con las selfies.
Dorantes Ricardo, Las monjas que hicieron de la marihuana un negocio y una ‘religión’, ALTO NIVEL, 2019, https://www.altonivel.com.mx/empresas/negocios/las-monjas-que-hicieron-de-la-marihuana-un-negocio-y-una-religion/
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