La gráfica de arriba muestra la relación entre ingresos per
cápita y religiosidad (“¿Cuán importante es para ti la religión?”, según la encuesta mundial de valores de Gallup) en los
países del mundo. La correlación es inequívoca: cuanto más pobre es
un país, más religiosos son sus habitantes. ¿A qué es debido?
La
lectura más simplista es que la propia religión actúa como freno al desarrollo
económico de
las sociedades. Esta hipótesis tiene cierto predicamento, en tanto la
secularización de Europa allanó el camino a la Revolución Industrial, y resulta
tentador extrapolar aquella experiencia a otras latitudes y épocas. No
obstante, esa asociación automática entre religión y desarrollo (científico,
tecnológico y económico) es muy osada, por dos motivos: 1. Asume que existe una
relación causa-efecto entre ambas variables, y que la
religiosidad de una sociedad es la causa y no la consecuencia del
subdesarrollo y
2.Equipara
todas las religiones al inmovilismo de algunas de ellas: no es
lo mismo una teocracia islámica que el sintoísmo nipón.
El caso de África es significativo. Los africanos siempre han sido
religiosos de la vieja escuela: animistas y politeístas. En los últimos 110
años, además, han adoptado masivamente dos religiones del Libro: el
cristianismo y el Islam. Si a principios del siglo XX apenas había 18 millones
de creyentes de ambas fes hoy suman más de 700 millones (470 millones de
cristianos y 234 millones de musulmanes), en lo que es la
más veloz y masiva conversión religiosa de la historia de la Humanidad.
Ahora mismo, el
África subsahariana es la zona más religiosa del mundo, como
han comprobado los investigadores del Pew Forum, que encuestaron a
25.000 personas de 18 países, del Sahel a Sudáfrica: la
inmensa mayoría de la población cree en Dios, en el cielo y el infierno y en
que la Biblia es la palabra literal de Dios. Una gran mayoría
también piensa que Jesús volverá durante sus vidas.
El continente negro ya era pobre antes de la conversión masiva al Islam y
al cristianismo y hoy es aún más pobre, sobre todo si lo comparamos con muchas
otros países de Asia y América, que en este último medio siglo han vivido un
desarrollo económico espectacular. Por tanto, cabe plantearse que el “hambre
de Dios” que
tienen los africanos sea unabúsqueda de consuelo ante una situación
precaria, cuando no desesperada. De ser así, la
religión no sería causa sino consecuencia de la pobreza, una
posibilidad que rechazan de plano los apologetas de la maldad de la religión,
como Dawkins y Hitchens. Otro asunto bien distinto es si esa masiva
religiosidad actúa como un lastre en el desarrollo futuro de estas sociedades.
Pero toda regla tiene una excepción: en este caso Estados
Unidos, uno de los países más ricos (per capita, porque la
desigualdad es enorme y no deja de crecer) del mundo y el
más religioso del hemisferio occidental: dos tercios de los estadounidenses consideran que la religión
es muy importante para
sus vidas, un porcentaje similar a los países del Golfo Pérsico. En
España el 49% respondió afirmativamente a esa pregunta. La
media mundial es un impactante 80%.
El gráfico se lo tomo prestado a Charles Blow, de NYT, que utilizó la fabulosa
herramienta Gapminder para confirmar lo que ya
insinuaba Gallup: cuanto
más pobre es un país, más religiosos son sus habitantes.
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