lunes, 8 de julio de 2013

La importancia de llamarse Jihad

Así como el cristianismo y el hinduismo se han acostumbrado durante siglos a llamar a sus hijos e hijas Gracia (Grace) o Bhakti (culto espiritual), el Islam pre 9/11 estaba sumamente confiado en llamar sus herederos Jihad (lucha interna).
Sin embargo, el triunfo mediático del terrorismo internacional vino a barrer los cimientos de un nombre tan noble, pues una lucha interna contra el pecado y los vicios y no una lucha contra el enemigo externo (los infieles), es el verdadero significado de la palabra Jihad.
Antes de que las policías locales de Medio Oriente -en el nombre de Estados Unidos- empezaran a cuestionar a un humilde imán (guía/clérigo musulmán) sobre el porqué del nombre de su nieta (Jihad), del porqué su odio contra los Estados Unidos y del porqué de su supuesto vínculo con Osama Bin Laden, nadie temía a tan singular enunciación.

Este guía islámico apostó por recuperar uno de los valores sagrados de una de las religiones más antiguas del mundo y por el contrario, su recompensa fue el temor y la vinculación con grupos minoritarios que institucionalizaron una concepción diferente de la Jihad.
Los muyahidines (los que hacen la Jihad), miembros de diversas facciones político-militares que operaban en Afganistán a finales de los 70, fueron quienes empezaron a deteriorar el significado de la guerra santa (interna). Apoyados económica y militarmente por las administraciones de James Carter y Ronald Reagan, las fuerzas extremistas fueron convocadas para luchar contra el avance del comunismo; una vez eliminada la presencia soviética, se fijaron nuevos objetivos.
Entre uno de estos guerreros de la fe se encontraba Osama Bin Laden, quien crearía la red terrorista Al Qaeda para organizar a los muyahidines. Una vez terminada la guerra de ocupación y aprovechando la infraestructura provista por los norteamericanos, esta red fundamentalista de base islámica se hizo trasnacional.
Aunque se registraron atentados previos en edificios públicos y diplomáticos en todo el mundo, el 9/11 es sin lugar a dudas, el más recordado. Más allá de posteriores revisiones que dejan lagunas y lazos inconexos en los hechos de la tragedia, lo cierto es que el terrorismo internacional, el acompañamiento mediático y la paranoia gubernamental, terminaron por destrozar la nobleza de los valores islámicos fuera del mundo musulmán.


Afortunadamente, las cosas han cambiado. La muerte del ex líder de Al Qaeda, la recesiva financiación los grupos extremistas y la mal llamada primavera árabe -con sus extensiones en Turquía y la segunda vuelta en Egipto-, dan prueba de que la lucha interna (la Jihad) ha encontrado nuevamente su cause.
Las nuevas movilizaciones en El Cairo y la ocupación de la Plaza Tahrir dan cuenta de esta guerra espiritual (struggle). A más de dos años del derrocamiento de Hosni Mubarak y la posterior asunción del "moderado" Mohamed Mursi, la primavera de 2011 se ha convertido en invierno: el gobierno electo se desmoronó.
La Jihad egipcia, entendida como el reconocimiento de una evocación latinoamericana: Nunca Más (otro Mubarak), es más que palpable. Los ciudadanos que depositaron su confianza en alguien ligado a los Hermanos Musulmanes ("símbolo de unidad"), han visto caer sus esperanzas en un gobierno progresista, pues no se tomaron medidas ejemplares para paliar la crisis política y económica que se vive día con día.
Por si fuera poco, la actitud autoritaria del Mursi, la represión policiaca y sus víctimas mortales (decenas), así como el ultimátum de las Fuerzas Armadas, conformaron el caldo de cultivo perfecto para una segunda "primavera egipcia"; la propuesta de Mursi para conformar un gobierno de unidad nacional no empató con las exigencias inmediatas de la Plaza Tahrir, que terminó por deponerlo.


Volviendo al punto, el retorno a los orígenes de la Jihad debe ser más que un catalizador de la indignación, debe convertirse en el espíritu mismo de las movilizaciones que uno espera, retomen su vía pacífica; sin embargo, retrasar más tiempo la reconstrucción de un país carcomido por la corrupción y la perpetuidad de sus burocracias, es un precio que deberá pagarse sino se quiere regresar al antiguo régimen.
En este Mundo al Revés, que condena la nobleza y premia la sumisión, más nos vale recuperar la congruencia, la lucha interna, la solidaridad con las causas justas y sobre todo, la capacidad para defender las conquistas sociales.



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