Promoción y prohibición de imágenes son dos movimientos autónomos que dan lugar, por un lado, a la idolatría radical y por otro, a iconoclastas igualmente radicales.
La imagen puede actuar como icono, por un lado, y por otro, puede convertirse en un ídolo. La imagen como icono manifiesta la transitividad de las representaciones, señala diáfanamente que Dios es irrepresentable, pero paradójicamente, manifiesta en el espacio temporalidad concreta de personas y grupos humanos la representatividad para nosotros del Dios que irrumpió en la historia del mundo en una carne como la nuestra. En el icono se repite el milagro de la Encarnación: hace visible lo invisible en el ámbito de nuestra propia finitud. Por otro lado, la imagen como ídolo, manifiesta la intransitividad de las representaciones, implica el cese de su actividad crítica, que equivale a afirmarse y a encerrarse, en detrimento de la original constitución interpretativa de los humanos, y entonces se otorga un estatus de autosuficiencia a la imagen respecto al más allá de cualquier más allá hacia el cual ella debería apuntar, es decir, al significado.
Para la idolatría por vía afirmativa, la imagen es lo que representa: posee
el valor equivalente a disponer de los representados. Para el iconoclasta, la
imagen no sólo es radicalmente insuficiente para ofrecer una vislumbrante del
más allá de la imagen, sino que, es un artefacto encerrado en sí mismo e inhábil
para servir de trampolín hacia el misterio. Antropológicamente, ambas
posiciones son insostenibles por igual, porque no alcanzan a comprender y
expresar lo que en realidad es el ser humano: un espíritu encarnado, que se
mueve entre lo sensible y lo intangible sin alcanzar nunca una patria de la
identidad.
La tensión entre la necesidad de la imagen y su también necesaria
destrucción permite, captar la negatividad de la realidad presente y vislumbrar
la posibilidad de que exista algo completamente otro frente a ella. El Dios representado
no indica quién es Dios sino más bien lo que no es, por eso, en cada aquí y
ahora, la imagen actual tiene que ser destruida para que, mediante la
construcción de una nueva imagen, nos sea posible, acceder al devenir de Dios, a
su Encarnación en este mundo.
Lluis, D. (2021). Extraño En Nuestra Casa, Un. HERDER.
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