La destrucción de la población armenia del Imperio otomano fue la culminación catastrófica de un proceso que buscó la aniquilación total de este grupo, a través de discontinuas pero recurrentes masacres que comenzaron en 1894-1896, siguieron en 1909 y culminaron con el proyecto genocida que inicia en 1915 y termina en 1918. Este genocidio cometido contra los cristianos otomanos ha tenido un amplio reconocimiento por parte de diversas asociaciones académicas, organismos internacionales y Estados, entre ellos los aliados del Imperio otomano durante la guerra; sin embargo, Turquía continúa negando que este crimen sea nombrado como genocidio.
El proceso genocida de 1915
Al abordar la descripción de las tres etapas fundamentales en el proceso de exterminio de la nación armenia por parte del gobierno de los Jóvenes Turcos a mediados de 1915, es importante tener en cuenta que el gobierno ya había disuelto las labores del Congreso otomano, volviéndolo a convocar recién cuando el genocidio ya estaba casi consumado. Sin oposición del órgano legislativo, el partido ittihadista se vio en la posibilidad de emitir una serie de Leyes Temporarias (como la Ley Temporaria de Deportación o Tehcir Kanunu) que tenían como principio agilizar el exterminio de los armenios, bajo el manto de la guerra y apoyándose en las leyes para actuar acorde al "principio de la legalidad".
La primera etapa del proceso genocida armenio fue la decapitación de la intelectualidad. Desde el atardecer del 23 hasta el amanecer del 24 de abril en la capital del Imperio -Constantinopla-Estambul- cientos de intelectuales, políticos y eclesiásticos fueron arrestados y posteriormente llevados al interior de Anatolia, donde se les asesinó. Este primer golpe contra la cabeza del pueblo armenio tenía como finalidad eliminar a la cúpula pensante, aquella que tenía la posibilidad de condenar de manera más efectiva el plan de exterminio.
Esta primera etapa tenía también como finalidad eliminar a los dirigentes, sobre todo a los miembros de los partidos políticos, para lo cual se instrumentó una fase de propaganda -que sería ampliamente divulgada en todo el Imperio- en la que los armenios se representaban como traidores y conspiradores. El ejemplo más claro de esta instrumentación fue la inculpación de todos los miembros del partido Hunchak de la filial de Constantinopla de querer asesinar a Talaat Pashá y sus "compinches". De especial interés es el hecho de que el complot fue descubierto en 1913, pero esperaron casi diez meses para arrestar a los conspiradores y casi dos años para condenarlos a muerte, justo un mes después del 24 de abril en que las condiciones para realizar el premeditado plan era oportuno. Es decir, el supuesto "complot" fue anterior a la entrada de Turquía en la guerra, pero el arresto, la condena, el ahorcamiento y la propaganda de todo ello se realizó bajo una cortina de corte marcial cuya finalidad era inculpar a los sediciosos de "criminales de guerra": en los términos del gobierno turco, unos "traidores armenios" querían asesinar a Talaat y ayudar a las potencias extranjeras. Esta estrategia fue funcional para degradar y envilecer a los armenios ante los ojos de todo musulmán y también como ejemplo para perseguir a distintos conspiradores en otras ciudades del imperio. Estos miembros del partido hunchak, conocidos como "los veinte ahorcados", fueron colgados el 15 de junio de 1915. Pocos días después, el 22 de junio, alrededor de 120 miembros de la Federación Revolucionaria Armenia (Tashnaksutiún), que no habían mostrado deslealtad hacia el régimen ittihadista, también fueron detenidos, acusados de traición y sometidos a una muerte grupal, tal como escribió en uno de sus informes al Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, el pastor protestante Johannes Lepsius.
La segunda etapa fue la eliminación de los hombres aptos físicamente y en edad de combatir, aquellos entre 18 y 40 años, que responden al llamado otomano de movilización general. Al estallar la guerra en julio de 1914 y entrar Turquía en ella en el mes de noviembre, los jóvenes armenios -como cualquier ciudadano otomano- tuvieron que cumplir con el deber cívico en defensa de la patria otomana. Sin embargo, los conscriptos armenios fueron transformados en soldados/obreros (amele taburi) destinados a construir caminos y vías férreas para luego ser aniquilados en puestos de retaguardia como "carne de cañón", al tiempo que otros fueron fusilados en trincheras construidas por ellos mismos. Fueron pocos los que sobrevivieron a las ejecuciones sumarias por parte de sus propios compañeros, los soldados y oficiales turcos. Esta información es corroborada por Arnold Toynbee y el Embajador estadounidense Henry Morgenthau, quien afirmó que los soldados armenios fueron obligados "a cavar sus tumbas antes de ser fusilados". De esta manera, muchos de los que hubieran tenido capacidad para sublevarse, resistir las deportaciones o combatir en contra del gobierno otomano, fueron masacrados con anticipación.
En esta etapa es importante llamar la atención sobre el papel de los oficiales turcos, ya que en los genocidios, tanto en el judío como en el armenio, la importancia de planificar y manejar la logística requiere de cuadros comprometidos en el marco de la estructura de mandos y control que debe asegurar, además de una operación fluida, una secrecía especial. Dichos oficiales, sean nazis o ittihadistas, tenían un compromiso total con la ideología de sus respectivos partidos, más que con el Estado. Además, como hemos mencionado, la guerra apareció como una oportunidad única para convertir a ese poder político en una maquinaria militar capaz de planear, generar y orquestar un proceso genocida. Es por ello que al estudiar los genocidios, más que tratar de entender al Estado, el interés debe concentrarse en tratar de entender a los partidos políticos nacionalistas, esas cofradías que han sido capaces de movilizar y reemplazar al poder estatal.
La tercera etapa fue, consecuentemente, la más fácil. Con el pretexto de trasladar a los armenios desde las zonas de combate en el frente de guerra hacia lugares más seguros, inculpándolos de cooperar con el enemigo y de que estaban en una inminente rebelión a escala nacional, comenzó la deportación y exterminio de la masa popular con destino final a los desiertos de Siria y Mesopotamia. Las deportaciones iniciaron el 25 de mayo de 1915 y se componían predominantemente de mujeres, ancianos y niños, quienes eran sometidos a situaciones extremas para provocar su muerte por inanición o enfermedad, o exponiéndolos a que fueran atacados por bandas de Hamidiye, Çetes o de la Organización Especial; además muchas mujeres y niñas eran raptadas para ser islamizadas. Como señala Morgenthau, las deportaciones constituían un nuevo método de matanza -utilizado posteriormente por los nazis en contra de gitanos y judíos-, ya que el destierro hacia esas zonas desérticas tenía como finalidad el robo y la destrucción. Algunos no llegarían a los desiertos ya que serían masacrados in situ, como señala en sus memorias Mardirós Chitjian.
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