México, un país predominantemente cristiano y específicamente católico, encuentra entre sus expresiones más fervientes, el ser numerario en el Opus Dei. Aunque en su fundamentación se encuentra el vivir la Fe católica de manera correcta y rigurosa, esta institución se ve envuelta en un velo de misterios y murmuraciones, pero lo que si sabemos lo recolectamos de experiencias vividas de primera mano por ex-numerarios de este colectivo. Desde el control total de los detalles más íntimos de la vida privada hasta la obligación de voto de pobreza impuesto convenientemente por las autoridades religiosas del Opus Dei.
La vida en el Opus Dei se caracteriza por la monotonía y la repetición de una rutina estrictamente delimitada por la prelatura. Por ejemplificar, podemos encontrar la inclinación por la vida ascética y profundamente introspectiva de cada unas de las acciones y pensamientos de la vida diaria. La vida de un numerario se resume en un horario de sueño sumamente estricto, la restricción de la primera comida del día hasta bien pasada las dos horas de vigilia y un concienzudo itinerario de rezos, ofrecimientos y estudio espiritual.
Poco a poco, los integrantes de esta organización comienzan a desensibilizarse a las necesidades básicas del cuerpo humano, o bien, a cualquier otra fuente de placer físico o psicológico. Esto puede expresarse desde restringir el café por las mañanas hasta poco a poco olvidar la dulzura ligada a esta bebida hasta las mortificaciones corporales semanales. Estas consisten en el uso de un instrumento conocido como cilicio, un alambre de púas que hay que ponerse alrededor del muslo. A la semana, los varones deben de dormir en el suelo, mientras que las mujeres deben dormir sobre una tabla colocada encima de la cama. Los latigazos en espalda, piernas y glúteos forman parte habitual de la rutina de un numerario.
Lo que trae a mi conciencia una pregunta que consideraría bastante válida. ¿Si el Opus Dei considera que el placer físico es un artificio de satanás para desviar a los creyentes de los caminos cristianos, y el hedonismo del placer físico es un paroxismo de la perversión y degeneración mental, no es entonces, su extremo opuesto también una desviación a los valores y buenas costumbres católicas?
¿Es posible que un cuerpo que es maltratado y mortificado afecte inequívocamente la salud mental y emocional del que lo padece? ¿Es la Fe lo suficientemente fuerte para ser la única fuente de estabilidad y salud mental de los creyentes?
Al final, solo puedo concluir que la integración de la psique humana involucra mucho más que el sentido religioso de su vida. Ha sido tarea de la antropología tratar de definir qué es lo que hace humano a un humano. Y sin duda alguna, el ser humano es más que su religión.
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