Dios no es ni la verdadera cuestión ni la cuestión capital en la vida de muchas personas. Ni, menos aún, la realidad objetiva, ni la realidad previa, ni la realidad original, ni la realidad envolvente. No es, siquiera, una realidad. Y, a pesar de ello, muchas personas, que viven ajenas a este soborno transcendental, mantienen una profundidad vital y una identidad personal tan seria o más que la que pueda tener un cristiano convencido y coherente.
La manera en como se ha analizado a la religión, ha derivado en una serie de tópicos y lugares comunes que, más que en creencias, se han convertido en supersticiones.
Se acepta como dogma que el ser humano necesita necesariamente referencias objetivas y universales, ideas e ideales, para superar el nihilismo en que supuesta mente transcurre su existencia. A continuación, como única salida a ese vacío se presenta la religión, como si ésta fuese la única alternativa posible que revele el sentido de la existencia.
Más aún. Algunos jerarcas de la Iglesia, entre ellos el papa, sostendrán que no se puede ser buena persona si no se cree en Dios. Y que sólo la fe en “el Dios vivo y verdadero” le otorgará la etiqueta auténtica de bondad.
Juan de Dios Morones Tapia
1ra. Participación
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