Me cuestiono mucho sobre la importancia que
se le da a la orientación sexual en la mayoría de las religiones. Y aunque
parezca difícil de creer, existen religiones que no condenan la homosexualidad
y son un buen ejemplo de la igualdad y el respeto que tanto exigimos en nuestra
sociedad.
El
budismo es una de ellas, sin embargo, a pesar de que no condena a la
homosexualidad, lleva este tema de manera muy superficial. Pues, para el
budismo la orientación sexual no es un asunto moral, ya que la moralidad no tiene que ver con
conformarse a unas normas reveladas por un ser supremo, sino con si los
comportamientos generan sufrimiento (dukkha)
o no. La postura más coherente con el budismo primigenio y con los valores de
las tradiciones budistas en su totalidad se resume en estas declaraciones del
maestro Hsing Yun, fundador de la escuela taiwanesa Fo Guang Shan:
A menudo la gente me pregunta qué pienso de
la homosexualidad. Se preguntan, ¿está bien?, ¿está mal? La respuesta es que ni
está bien ni está mal; es sólo algo que la gente hace. Si no se perjudican los
unos a los otros, sus vidas privadas son asunto suyo; deberíamos ser tolerantes
y no rechazarlos.
Tres cosas separan el
budismo de las demás religiones respecto al tema de la homosexualidad. La
primera es que el
budismo no es pro-natalista. Y como no tiene ningún interés especial en que nos
reproduzcamos, el sexo no-procreativo no es conflictivo. En segundo lugar, no
existe un dios creador que determine cómo deben actuar los humanos y a quien
haya que contentar. Y por último, el budismo es fuertemente monástico y ha
tendido a poner mucho énfasis en el celibato y a desaconsejar el deseo sensual
—de cualquier tipo. Así
que, si los actos homosexuales son
problemáticos, lo son exactamente en el mismo grado que los heterosexuales; ni más, ni menos. De hecho, es
más fácil acusar al budismo de anti-sexual que de inclinar la balanza a favor
de un tipo u otro de sexo
Sin embargo, sí existen
prohibiciones, por ejemplo, para los monjes y las monjas cualquier actividad
sexual está prohibida. En el Vinaya, el código de conducta monástica, las
‘ofensas’ están ordenadas por gravedad: la más grave es sexo penetrativo con cualquier ser vivo y conlleva
expulsión de la orden, mientras que otras como la masturbación mutua sólo
requieren confesar lo sucedido. Lo interesante es que los actos homosexuales no constituyen una
falta más grave que los heterosexuales sino que, dependiendo de los detalles de la situación, suelen
considerarse o igual de graves ¡o incluso menos! Cuando el Vinaya condena esos actos, es únicamente por ser sexo, no por ser
homosexuales.
No obstante, no todo es tan
gayfriendly como parece. Según el Vinaya, hay
dos categorías de personas a quienes se les niega la ordenación: ‘ubhatobyañjanaka’ y ‘pandaka’. La primera significa “que tiene las características de
ambos sexos” y tiende a asociarse con hermafroditas y transgéneros, aunque en
ocasiones también se refiere a homosexuales y bisexuales —el uso de los
términos no es coherente a lo largo del canon pali. La segunda categoría tiene
más connotaciones de comportamiento que no fisiológicas: ‘Pandaka’ se refiere a hombres homosexuales en el rol pasivo,
afeminados y a menudo transvestidos. Sin embargo, en el mismo saco se engloban
voyeurs, fetichistas e hombres impotentes. El término ‘pandaka‘ significa literalmente “sin pelotas” y designa a aquellos
hombres que, por un motivo u otro, carecen de masculinidad —según la norma
social de ese momento.
Por lo anterior, me llama la
atención que en realidad no hay motivos de peso en la filosofía y psicología
budistas para condenar la inclinación emocional hacia personas de un mismo
género, los actos sexuales entre hombres y entre mujeres, ni las personas
transgénero o con identidad intersexual. Lo único que se critica es la actitud de un tipo concreto de personas.
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