Razon de mi agnosticismo
Por increíble que parezca, en este preciso instante nos es absolutamente inasequible negar o confirmar la existencia de Dios, por lo tanto distaría perennemente de lo racional incurrir hacia cual fuere de los lados de la dicotomía que plantea tal afirmación.
El dilema que se pone de manifiesto de forma inherente cuando se debate un asunto tan susceptible como lo es el de la religión es que se afirma categóricamente la existencia no exclusivamente de una sino de varias deidades, dependiendo, claro está del dogma en cuestión, pero ése no es el inconveniente más circunspecto, no, el más vil y despreciable el más abyecto y subterráneo de los aspectos religiosos es que “permite a los seres humanos que no tienen todas las respuestas creer que sí las tienen” por ende les arrebata con ensañamiento la capacidad de razonar, es decir los convierte en irracionales, ¿Para qué agobiarse con cuestionamientos trascendentales? Cuando es más confortable recurrir a una creencia cabalmente desprovista de lógica, en este caso muy particular los opuestos no se atraen, que se jacta de tener el remedio para todos los males, el dictamen para todas las interrogantes, la solución para todos los conflictos, el zurcido para todos los rasgados, el cóncavo para todos los convexos, se tiene la certidumbre del Deus ex machina, aunque valdría la pena mencionar que la calidad de los remedios, dictámenes, soluciones, zurcidos, cóncavos y demás es directamente proporcional al raciocinio del receptáculo de la presunta palabra de Dios.
Ahora, si añadimos a la discusión la verdad absoluta por antonomasia, lo que demasiados temen y escasos añoran, el desenlace de la historia, el final del camino, la muerte, eso que siempre ha causado horror instintivo en el ser humano desde tiempos inmemorables, en el instante en el que se habla de la muerte es ineludible que surja una interrogante con la que todos en algún punto de nuestras vidas nos hemos abrumado ¿Qué pasa cuando morimos? La realidad es que no sabemos, no lo sabremos hasta el instante en el que inhalemos esa última bocanada de aire y nuestro corazón dé su último latido y la sangre deje de correr por nuestras venas y nos adentremos en lo desconocido, ese instante por el que incontables seres humanos han pasado y sin embargo ninguno de ellos puede dar cabida de lo sucedido, es ahí donde la religión una vez más viene a imponernos un universo delusorio ese mundo ulterior al que se va cuando se muere, por lo tanto niega a la muerte Ipso facto.
Y pensar que algún día fui condenado por no formar parte de esta conspiración, de esta enajenación colectiva que atenta contra el racionalista, contra la naturaleza misma, lo único rescatable de la religión es el arte como un subproducto de la misma.
En conclusión, “El simple hecho es que las religiones deben morir para que la humanidad sobreviva, se está haciendo tarde como para darnos el lujo de permitirles tomar las decisiones clave a la gente religiosa, a los irracionales, a aquellos que dirigen el barco del estado no con una brújula sino por el equivalente de andar interpretando las tripas de una gallina, la fe es hacer culto a la virtud del no pensar, no es como para presumir, y aquellos que predican la fe y la permiten y la elevan son nuestros amos intelectuales, manteniendo a la humanidad esclavizada por la fantasía y la irracionalidad que ha engendrado y justificado tanta locura y destrucción”.
Por: Braulio Fabian Aldas.
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