lunes, 28 de noviembre de 2016

Ciencia vs religión  
Preámbulo
Escribo este libro para presentar una resolución felizmente simple y completamente convencional a un tema tan cargado por la emoción y por el peso de la historia que cual­quier sendero expedito se suele convertir en algo recubierto por una maraña de disputa y confusión. Me refiero al su­puesto conflicto entre ciencia y religión, un debate que sólo existe en la mente de las personas y en las prácticas sociales, no en la lógica o en la utilidad adecuada de estos temas com­pletamente distintos, e igualmente vitales. No presento nada original al formular la tesis básica (al tiempo que quizá re­clamo una cierta inventiva en la elección de las ilustracio­nes); porque mi razonamiento sigue un fuerte consenso que ha sido aceptado durante décadas por pensadores importan­tes, tanto científicos como religiosos.
Nuestras preferencias para la síntesis y la unificación nos suelen impedir reconocer que muchos problemas cruciales de nuestra compleja vida encuentran una mejor solución bajo la estrategia opuesta de la separación respetuosa y de principio.


J 2 Ciencia versus religión
Las personas de buena voluntad desean que la ciencia y la . religión estén en paz, que trabajen juntas para enriquecer nues­tra vida práctica y ética. Partiendo de esta premisa respetable, la gente saca a veces la inferencia equivocada, en el sentido de que la acción conjunta implica metodología y materia co­munes; en otras palabras, que alguna estructura intelectual superior conseguirá unificar la ciencia y la religión, ya sea infundiendo a la naturaleza una imparcialidad conocible de piedad o bien dirigiendo la lógica de la religión hasta una in­vencibilidad que finalmente hará imposible el ateísmo. Pero, de la misma manera que el cuerpo humano requiere para su subsistencia tanto alimento como sueño, el cuidado adecuado de cualquier todo ha de valerse de contribuciones dispares procedentes de partes independientes. Hemos de vivir la ple­nitud de una vida completa en muchas mansiones de un ve­cindario que harían las delicias de cualquier abogado moderno de la diversidad.
No veo de qué manera la ciencia y la religión podrían unificarse, o siquiera sintetizarse, bajo un plan común de explicación o análisis; pero' tampoco entiendo por qué las dos empresas tendrían que experimentar ningún conflicto. La ciencia intenta documentar el carácter objetivo del mundo natural y desarrollar teorías que coordinen y expliquen tales hechos. La religión, en cambio, opera en el reino igualmente importante, pero absolutamente distinto, de los fines, los sig­nificados y los valores humanos, temas que el dominio obje­tivo de la ciencia podría iluminar, pero nunca resolver. De manera parecida, mientras que los científicos han de actuar mediante principios éticos, algunos de ellos específicos de su práctica, la validez de tales principios no puede inferirse nunca a partir de los descubrimientos objetivos de la ciencia.

Enunciado del problema J 3
Propongo que encapsuIemos este principio básico de la no interferencia respetuosa (acompañado de un diálogo in­tenso entre los dos temas distintos, cada uno de los cuales cubre una faceta fundamental de la existencia humana) enun­ciando el principio de los magisterios que no se superponen, al que para abreviar denominaré MANS. Confío en que mis colegas católicos no se tomarán a mal esta apropiación de un término común en su discurso, pues un magisterio (del latín magister, o maestro) representa un dominio de autoridad en la enseñanza.
Magisterium es, admitámoslo, una palabra insustancial, pero encuentro que el término es tan magníficamente apro­piado para la idea central de este libro que me arriesgo a im­poner esta novedad al vocabulario de muchos lectores. Esta petición de indulgencia y esfuerzo al lector incluye asimismo una condición: por favor, no se confunda esta palabra con otras que son casi sinónimas pero cuyo significado es muy distinto: majestad, majestuoso, etc. (una confusión común I porque la vida católica también presenta actividad en este ámbito diferente). Estas otras palabras derivan de una raíz (y por una ruta) distinta, majestas, o majestad (que en último término procede de magnus, grande), e implican dominación y obediencia incuestionable. Un magisterio, en cambio, es un ámbito en el que una forma de enseñanza posee los utensilios adecuados para el discurso y la resolución significativos. En otras palabras, debatimos y mantenemos un diálogo bajo un magisterio; caemos en el respeto silencioso o en la obedien­cia impuesta ante una majestad.
Resumiendo, con sólo un poco de repetición, la red, o ma-
1. En inglés, pero difícilmente en castellano. (N. del l.)


14 Ciencia versus religión
gisterio, de la ciencia cubre el reino empírico: de qué está hecho el universo (realidad) y por qué funciona de la manera que lo hace (teoría). El magisterio de la religión se extiende sobre cuestiones de significado último y de valor moral. Estos dos magisterios no se solapan, ni abarcan todo el campo de indagación (considérese, por ejemplo, el magisterio del arte y el significado de la belleza). Para citar los tópicos usuales, la ciencia obtiene la edad de las rocas, y la religión el estre­mecimiento de las edades;2 la ciencia estudia cómo van los cielos, y la religión cómo ir al cielo.
Examinaré este principio de MANS como una solución al falso conflicto entre ciencia y religión en cuatro capítulos: el primero, una introducción basada en dos relatos y contras­tes; el segundo, una caracterización e ilustración de MANS tal como la desarrollan y la sostienen ambas instituciones, la ciencia y la religión; el tercero, un bosquejo de las razones históricas para la existencia del conflicto, mientras que no debiera existir ninguna; y el cuarto, un resumen de las razo­nes psicológicas para el mismo falso conflicto, con una su­gerencia final para el camino de la mejor interacción.
Deploro la actual tendencia a la confesión literaria, ge­nerada por la fusión que nuestra cultura hace de dos con­ceptos radicalmente distintos: la celebridad y la situación so­cial. No obstante, acepto que los temas intelectuales de tal relevancia personal imponen un cierto deber de revelación por parte del autor, mientras que el ensayo, en tanto que géne­ro literario, ha sido definido como discusión de ideas ge­nerales en contextos personales ya desde que Montaigne
2. Juego de palabras intraducible: rock es, a la vez, roca y estre­mecer o sacudir. (N. del t.)

Enunciado del problema 15
acuñó el nombre en el siglo XVI. Permítaseme, pues, breve­mente, plantear una perspectiva nacida de mi propia ontoge­nia accidental.
Crecí en un ambiente que me parecía completamente con­vencional y falto de interés, en una familia judía neoyorquina que seguía el patrón general de ascenso generacional: abuelos inmigrantes que empezaron en fábricas explotadoras de los obreros, padres que alcanzaron las filas inferiores de las clases medias, pero que no poseían estudios superiores, y mi terce­ra generación, destinada a una educación universitaria y una vida profesional para cumplir el destino diferido. (Recuerdo mi incredulidad cuando la esposa de un colega inglés de «buena crianza» encontró que este entorno era a la vez exó­tico y fascinante. Recuerdo asimismo dos incidentes que re­saltan el provincianismo extremo de mi aparente refinamiento cuando era niño en las calles de Nueva York: primero, cuando mi padre me dijo que el protestantismo era la religión más común en América, y no le creí porque casi todo el mundo en mi vecindario era católico o judío, perteneciente a las clases obreras emergentes de Nueva York, irlandeses, italianos y europeos orientales, el único mundo que yo conocía. Segun­do, cuando mi único amigo protestante de Kansas City me presentó a sus abuelos, y no le creí ... porque hablaban un in­glés sin acento, y mi concepto de «abuelo» nunca había ido más allá de los inmigrantes europeos.) Había soñado con ver­tirme en un científico en general, y en un paleontólogo en particular, desde que el esqueleto de Tyrannosaurus me im­puso respeto y me asustó en el Museo de Historia Natural de Nueva York cuando tenía yo cinco años de edad. Tuve la gran y buena fortuna de conseguir estos objetivos y de amar mi trabajo con una alegría total que continúa hoy en día, y


16 Ciencia versus religión
sin un solo momento de duda o ningún aburrimiento que dure demasiado.
Compartí la enorme ventaja de un respeto por aprender que impregna toda la cultura judía, incluso en los niveles económicos más pobres. Pero no tuve educación religiosa formal (ni siquiera tuve un bar mitzvah),J porque mis padres se habían revelado contra un entorno familiar que previa­mente nadie había cuestionado. (Según mi opinión actual, se rebelaron en demasía, pero las opiniones sobre estas cuestio­nes tienden a oscilar en un péndulo desde una generación a la siguiente, y quizá terminan por situarse en un centro sen­sato.) Pero mis padres conservaron el orgullo de la historia y el patrimonio judíos, al tiempo que abandonaban toda la teo­logía y la creencia religiosa. El Holocausto se cebó en ambas partes de mi familia (no hay aquí nada personal, porque yo no conocí a ninguno de estos parientes), de modo que la ne­gación y el olvido no pudieron ser una opción para mis padres.
No soy creyente. Soy agnóstico en el sabio sentido de T. H. Huxley, quién acuñó el término cuando identificó este escepticismo liberal como la única posición racional porque, realmente, no podemos saber. No obstante, habiéndome apar­tado de los puntos de vista de mis padres (y siendo libre, en mi propia educación, de las causas de su rebelión), tengo un gran respeto por la religión. El tema me ha fascinado siem­pre, casi por encima de todos los demás (con unas pocas excepciones, como la evolución, la paleontología y el béis­bol). Gran parte de dicha fascinación reside en la sorpren­dente paradoja histórica de que la religión organizada ha
3. Ceremonia en ]a sinagoga de consagración de un muchacho al cumplir los ]3 años. (N. del t.)


Enunciado del problema 17
propiciado, a todo lo largo de la historia de Occidente, tanto los horrores más indecibles como los ejemplos más conmo­vedores de bondad humana frente al peligro personal. (El mal, así lo creo, reside en la frecuente confluencia de la reli­gión con el poder secular. El cristianismo ha patrocinado su parte de horrores, desde las inquisiciones a las liquidaciones, pero sólo porque esta institución de tentó gran poder secular durante gran parte de la historia de Occidente. Cuando mis paisanos dominaron, por un período más breve y en tiempos del Antiguo Testamento, cometimos atrocidades similares con las mismas razones fundamentales.)
Creo, con todo mi corazón, en un concordato respetuoso, incluso cariñoso, entre nuestros magisterios: el concepto de MANS. MANS representa una posición de principio sobre bases morales e intelectuales, no una solución meramente di­plomática. MANS posee asimismo dos filos. Si la religión ya no puede dictar la naturaleza de las conclusiones objetivas que residen adecuadamente en el magisterio de la ciencia, entonces tampoco los científicos no pueden aducir un mayor discernimiento en la verdad moral a partir de ningún conoci­miento superior de la constitución empírica del mundo. Esta humildad mutua lleva a importantes consecuencias prácticas en un mundo de pasiones tan diversas. Haríamos bien en adoptar el principio y gozar de las consecuencias.


No hay comentarios:

Publicar un comentario