Baraka es una de las palabras más usadas por los musulmanes. En la religiosidad y la cultura popular, decir que alguien o algo “tiene baraka” significa que posee una fuerza benéfica, que es, en sí mismo, una bendición. Y ese halo provoca bienestar en todos aquellos que le rodean. Es, en cierto modo un símbolo que porta ciertos dones de Dios. En ellos deposita belleza, fecundidad, armonía, prosperidad. Dentro del mundo musulmán, quien posee baraka, es en cierto sentido un intermediario. Tiene en sus manos un liderazgo natural. Una capacidad de convocar en torno a sí una comunidad que le siga.
Aquellas personas que han convertido su vida en una progresiva intimidad espiritual con Dios no sólo poseen baraka, sino que la proyectan incluso después de fallecer. De ahí que haya sido frecuente procurar la compañía del wali (íntimo de Alá) durante su vida y la peregrinación a su tumba con la esperanza de recibir algo de su fuerza. Los “elegidos” no sólo tienen y transmiten baraka. También pueden perderla. Por consiguiente, hay que estar alerta para no perder aquello que les hace dignos del cultivarla.
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