RELIGION Y POLITICA EN MEXICO FUE UN TEMA QUE SE ME HIZO INTERESANTE PARA COMPARTIR.
En un país en el que 84% de los habitantes son católicos, no sorprende que la religión sea considerada como un factor relativamente importante en la política. Dicha relevancia parece resurgir en el debate público cuando los obispos opinan sobre la inseguridad, las crisis económicas o los valores morales; cuando emergen escándalos sobre abusos ocurridos en la Iglesia, o con motivo de las cinco visitas papales efectuadas por Juan Pablo II, con una estancia acumulada en nuestro país de 25 días.
Con motivo del viaje del papa Benedicto XVI a México a fines de marzo, en prensa, radio y televisión se debatió sobre el cálculo electoral de la visita en el marco de la elección presidencial. Un debate así parte de los siguientes supuestos: (1) el catolicismo, al menos a nivel nacional, se mantiene como un credo importante, mayoritario; (2) los católicos muestran algún interés en la religión a través de un vínculo social e institucional, como lo es la asistencia a misa; (3) existe una relación entre religiosidad y preferencia política, y esta relación favorece a un grupo político, y (4) los católicos mexicanos aceptan que la Iglesia juegue un papel político.
Verificar estos cuatro supuestos básicos —aun de manera preliminar— permitirá establecer ciertas bases empíricas mínimas para debatir sobre el cálculo electoral de la visita papal, o sobre cualquier otro acontecimiento en la vida religiosa de México que, de alguna manera, se relacione con la política. Dichas bases empíricas resultan importantes cuando se trata de ahondar en el tema de religión y política, más allá de las conocidas relaciones entre izquierda y laicidad, derecha y religiosidad, o anticlericalismo y Ancien Régime (Camp 1997; Hagopian 2009).
¿Un país católico?
A fin de que puedan apreciarse las tendencias de las iglesias en México, la Gráfica 1 muestra la proporción de católicos, protestantes y personas sin religión tanto a nivel nacional como para el sureste del país. Al comparar los censos nacionales de 1895 y 2010, observamos que en el último siglo la feligresía de la religión católica ha disminuido en 15 puntos. Sin embargo, la variación ha sido mayor en estados del sureste como Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán. En 2010, 68% de la población de dichos estados reportaba profesar el catolicismo, proporción 15 puntos menor a la nacional, que es de 83 por ciento.
En relación con las religiones protestantes y evangélicas —analizadas en conjunto a partir del último censo—, 10% de la población mexicana reporta pertenecer a ellas, mientras que dicha proporción crece al doble en el sureste. Un fenómeno similar se observa entre quienes no profesan religión alguna: 5% a nivel nacional y casi 10% en el sureste. El crecimiento de las iglesias no católicas ha aumentado significativamente desde los años setenta (Casillas 1996), y aunque México es considerado como un país eminentemente católico —lo cual es cierto a nivel nacional—, el gradual avance de las Iglesias protestantes y evangélicas en diversos estados sugiere que la realidad religiosa mexicana a nivel local resulta relativamente más diversa. En síntesis, aunque la diversidad religiosa ha comenzado a emerger, la católica continúa siendo la confesión mayoritaria.
¿Los católicos mexicanos van a la iglesia?
A fin de analizar las actitudes religiosas, en la literatura sobre religión y política generalmente se utilizan elementos que vinculan estrechamente a los feligreses con lo sagrado, tales como los servicios religiosos en comunidad, la relación personal con lo sagrado a través de la protección divina y el papel mediador de la Iglesia como institución (Velázquez 1975; Hagopian 2009). Es precisamente en la asistencia a misa que puede apreciarse la relación entre feligreses y clero, la cual permite que los mensajes de la Iglesia como institución sean transmitidos y que se dé así una posible forma de influencia indirecta de la Iglesia en los ciudadanos (Díaz Domínguez 2006; Smith 2008). Por ello, resulta importante verificar el grado de asistencia a la iglesia por parte de los católicos en México.
Con objeto de ofrecer comparaciones útiles, se compactaron en tres categorías los resultados de 28 encuestas, como se muestra en la Gráfica 2. Las mediciones disponibles sobre la asistencia de los católicos a la iglesia en los últimos 50 años sugieren una tendencia ligeramente decreciente entre aquellos que acuden semanalmente, es decir quienes asisten a misa al menos cada domingo. En comparación, la tendencia entre quienes asisten mensualmente parece relativamente estable, y entre aquellos que rara vez acuden la tendencia pareciera ligeramente creciente. Los datos disponibles permiten estimar una línea de tendencia general para cada una de las tres categorías, así como apreciar diversas variaciones a lo largo del tiempo.
En particular, la Encuesta sobre Cultura Cívica de 1959 –que tiene un sesgo urbano pues solo incluyó poblaciones con más 10 mil habitantes– muestra que 70% de los católicos acudía a misa semanalmente, sin duda el punto más alto de la serie. En la Encuesta Mundial de Valores de 1981 y 2000 el porcentaje de feligreses asiduos es de 60. En la década de los ochenta la asistencia semanal a la iglesia es menor, en comparación con el principio de la serie y con la década de los noventa.1 También destaca el efecto del milenio: alrededor del año 2000, la religiosidad se incrementó en diversas partes del mundo (Moreno 2005). Tal como lo sugieren los datos reportados de 1999 a 2003, México no fue la excepción: la asistencia semanal siempre rondó o incluso excedió el 50%.2 Un factor adicional que debe tomarse en cuenta es que durante este periodo de tan solo tres años, el papa realizó dos de sus cinco viajes a México, lo que pudo reactivar el fervor religioso.
Los siguientes dos años presentan los valores más bajos de la serie, empezando por aquellos arrojados por la encuesta que Estadística Aplicada levantó para la organización Católicas por el Derecho a Decidir, para la cual se entrevistó solo a católicos. Debe tenerse presente que este cuestionario ya incluía las primeras mediciones relativas a los abusos difundidos en Estados Unidos y México,3 así como opciones diferentes a las tradicionalmente ofrecidas a los entrevistados sobre asistencia a la iglesia, lo que quizás ayuda a explicar las cifras a la baja.4 Sin embargo, existe evidencia adicional que sugiere una tendencia decreciente en aquellos años, como lo muestran las encuestas levantadas por Parametría en noviembre de 2003, lapop en marzo de 2004 y Consulta en agosto de ese mismo año.
Desde las mediciones de Bimsa en 2005 y hasta la siguiente ronda de lapop, realizada en 2008, se aprecia una relativa recuperación. Durante esos tres años, las encuestas de Bimsa (2005 y 2006), la de valores (2005), la de Consulta (2007) y la de LAPOP (2008) reportaron que la mitad de los católicos asistían semanalmente a servicios religiosos. Finalmente, la encuesta de salida realizada por Reforma en 2006 —la de menor proporción entre 2005 y 2008, pero la de mayor medición si se compara con datos reportados entre finales de junio de 2003 y agosto de 2004— rondó los 45 puntos.
Finalmente, en los últimos dos años se aprecia un relativo incremento en la proporción de católicos que reporta asistir semanalmente a misa, como lo muestran tanto LAPOP (primer trimestre de 2010) como la ENVUD, levantada a finales del mismo año, si se las compara con la encuesta sobre religión levantada por el Instituto Mexicano de Opinión en 2009.
En resumen, durante el último medio siglo el promedio de católicos mexicanos que asisten a la iglesia cada semana es de 50%. Si se tienen en cuenta diferentes variaciones a lo largo del tiempo, puede sugerirse una tendencia ligeramente decreciente en el largo plazo, pero creciente en el último año analizado.
Religiosidad y voto, ¿están relacionados?
Existen estudios que encuentran cierta asociación entre religiosidad y preferencia política en México —particularmente entre católicos muy religiosos y apoyo a partidos de oposición antes de la transición a la democracia (Camp 1997). Asimismo, entre religiosidad y participación en las urnas (Domínguez y McCann 1996). También hay estudios que muestran cómo el tradicionalismo religioso y moral ha favorecido a partidos de centro y centro-derecha —como podría catalogarse al PRI y el PAN—, y cómo ciertas posturas menos tradicionales han tendido a favorecer a partidos de izquierda, entre los que puede contarse el PRD (Magaloni y Moreno 2003; Díaz Domínguez 2006). En síntesis, los estudios académicos sugieren una asociación entre religión y preferencia partidista en México durante los últimos 20 años.
Como se anotó anteriormente, el concepto de religiosidad abarca diversas facetas, tales como la asistencia a servicios religiosos en comunidad, una relación personal con lo sagrado consistente en la protección divina y el papel mediador de la Iglesia como institución. Con objeto de medir la religiosidad se utilizó un índice compuesto por cuatro variables: (1) asistencia a la iglesia, (2) importancia de Dios, (2) autoconsideración del entrevistado como una persona religiosa y (5) el grado de confianza en la Iglesia.5Una vez calculado el índice, se procedió a medir la proporción de entrevistados que se ubicaban a lo largo del índice de religiosidad según preferencias partidistas, teniendo como referencia el valor promedio del índice para cada año analizado.
Los resultados sugieren que la distribución de los electores católicos según religiosidad y preferencia partidista ha cambiado a lo largo del tiempo. En 1990, alrededor de dos tercios de los electores panistas y priístas se concentraban en los puntos más altos del índice, mientras que los electores perredistas se distribuían primordialmente en valores menores al promedio. Solo un tercio reportaba altos niveles de religiosidad, como se muestra en la Gráfica 3. Para 1996, dos tercios de los electores priístas reportaban niveles de religiosidad mayores al promedio, mientras que menos de la mitad de los panistas y los perredistas se ubicaban en valores mayores al promedio. En resumen, los priístas permanecieron como los electores relativamente más religiosos entre 1990 y 1996.
En 2000, la religiosidad se incrementó entre todos los electores: tres cuartas partes de los priístas se ubicaron en valores arriba del promedio, mientras que dos tercios de los panistas y perredistas hicieron lo propio. En 2005 se observa un nuevo cambio: dos tercios de los electores panistas y priístas se concentraban en los puntos más altos del índice, mientras que la mitad de los perredistas hacían lo propio. Finalmente, en 2010, alrededor de 55% de los priístas y panistas se distribuyeron por encima del promedio, en comparación con la mitad de los perredistas, según se aprecia en la Gráfica 4. Este nuevo cambio sugiere que actualmente la religiosidad puede favorecer a cualquier partido o bien que sus efectos pueden ser modestos al distribuirse de manera similar.
En resumen, las distribuciones analizadas en los últimos 20 años sugieren que existe cierta asociación entre religiosidad y preferencia política a lo largo del tiempo, relación que en la actualidad no favorece claramente a un solo grupo político. El efecto de la visita papal en las elecciones habrá dependido entonces del mensaje específico de la Iglesia antes, durante y después de la visita y en el transcurso del periodo de campañas, en el que los mensajes moralmente conservadores podrían minar al perredismo católico y eventualmente favorecer al panismo y quizá más claramente al priísmo.
La Iglesia y la política
El último supuesto a verificar es si los católicos mexicanos aceptan que la Iglesia juegue un papel político. En un país tradicionalmente laico, el dato que usualmente se destaca es la proporción de entrevistados que rechaza la intervención eclesial en la política, proporción que nunca ha sido menor a 60% en los últimos 30 años. Sin embargo, como se muestra en la Gráfica 5, la proporción de católicos que aprueba la participación política de la Iglesia ha variado sustancialmente a lo largo del tiempo. La Encuesta Nacional sobre Partidos Políticos de 1983 reporta que alrededor de 10% de priístas y electores identificados con la izquierda independiente (esencialmente el viejo pcm, antecesor indirecto del PRD), junto con 15% de los panistas, aprobaban la participación política de la Iglesia, proporciones acordes a una época en la que el papel de la Iglesia se centraba en apoyar la participación electoral (Camp 1997) y a algunos partidos de oposición, cuando se vislumbraban cambios políticos a nivel local.
Los niveles de aprobación sobre la intervención política de la Iglesia comenzaron a incrementarse durante los noventa entre todos los electores, aumento que se debió en buena medida a la reforma constitucional sobre el reconocimiento de las Iglesias por parte del Estado (Lamadrid 1994). Lo anterior se aprecia al comparar las mediciones de la presidencia de 1991 y 1992 y la Encuesta sobre las Relaciones Iglesia-Estado de 1990. Aun cuando las encuestas de la presidencia no tuvieron un alcance propiamente nacional, pareciera que sí reflejan el apoyo de la izquierda a la reforma de 1992 pues, como se sabe, fue la propia izquierda la primera fuerza que impulsó un reforma similar desde los primeros tiempos del pcm en 1977, haciendo honor a sus vínculos con la emergente teología de la liberación (Monsiváis 1992).
En la última década se han presentado nuevos cambios que terminaron por posicionar a los ciudadanos priístas como defensores de la participación política de la Iglesia, según lo reflejan las propias encuestas de la presidencia de principios de los noventa, la de valores de 2000 y la de Católicas por el Derecho a Decidir de 2003. Esto podría sugerir que el pri, a juzgar por sus electores, quizá dejó de ser el dueño del tema del Estado laico, que pasó a manos del prd. Ahora es común escuchar tal opinión, pero como aquí se ha analizado, esto no fue siempre así. De hecho, según lo muestra la Encuesta de Valores de 2005, un cuarto de los electores de cada partido aprueba la participación política de la Iglesia, lo que nuevamente sugiere que existen oportunidades para cualquiera o bien que los efectos se pueden cancelar entre sí.
A la luz de lo dicho, pareciera que los efectos electorales de la visita papal dependerán de los mensajes específicos del clero
Con motivo del viaje del papa Benedicto XVI a México a fines de marzo, en prensa, radio y televisión se debatió sobre el cálculo electoral de la visita en el marco de la elección presidencial. Un debate así parte de los siguientes supuestos: (1) el catolicismo, al menos a nivel nacional, se mantiene como un credo importante, mayoritario; (2) los católicos muestran algún interés en la religión a través de un vínculo social e institucional, como lo es la asistencia a misa; (3) existe una relación entre religiosidad y preferencia política, y esta relación favorece a un grupo político, y (4) los católicos mexicanos aceptan que la Iglesia juegue un papel político.
Verificar estos cuatro supuestos básicos —aun de manera preliminar— permitirá establecer ciertas bases empíricas mínimas para debatir sobre el cálculo electoral de la visita papal, o sobre cualquier otro acontecimiento en la vida religiosa de México que, de alguna manera, se relacione con la política. Dichas bases empíricas resultan importantes cuando se trata de ahondar en el tema de religión y política, más allá de las conocidas relaciones entre izquierda y laicidad, derecha y religiosidad, o anticlericalismo y Ancien Régime (Camp 1997; Hagopian 2009).
¿Un país católico?
A fin de que puedan apreciarse las tendencias de las iglesias en México, la Gráfica 1 muestra la proporción de católicos, protestantes y personas sin religión tanto a nivel nacional como para el sureste del país. Al comparar los censos nacionales de 1895 y 2010, observamos que en el último siglo la feligresía de la religión católica ha disminuido en 15 puntos. Sin embargo, la variación ha sido mayor en estados del sureste como Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán. En 2010, 68% de la población de dichos estados reportaba profesar el catolicismo, proporción 15 puntos menor a la nacional, que es de 83 por ciento.
En relación con las religiones protestantes y evangélicas —analizadas en conjunto a partir del último censo—, 10% de la población mexicana reporta pertenecer a ellas, mientras que dicha proporción crece al doble en el sureste. Un fenómeno similar se observa entre quienes no profesan religión alguna: 5% a nivel nacional y casi 10% en el sureste. El crecimiento de las iglesias no católicas ha aumentado significativamente desde los años setenta (Casillas 1996), y aunque México es considerado como un país eminentemente católico —lo cual es cierto a nivel nacional—, el gradual avance de las Iglesias protestantes y evangélicas en diversos estados sugiere que la realidad religiosa mexicana a nivel local resulta relativamente más diversa. En síntesis, aunque la diversidad religiosa ha comenzado a emerger, la católica continúa siendo la confesión mayoritaria.
¿Los católicos mexicanos van a la iglesia?
A fin de analizar las actitudes religiosas, en la literatura sobre religión y política generalmente se utilizan elementos que vinculan estrechamente a los feligreses con lo sagrado, tales como los servicios religiosos en comunidad, la relación personal con lo sagrado a través de la protección divina y el papel mediador de la Iglesia como institución (Velázquez 1975; Hagopian 2009). Es precisamente en la asistencia a misa que puede apreciarse la relación entre feligreses y clero, la cual permite que los mensajes de la Iglesia como institución sean transmitidos y que se dé así una posible forma de influencia indirecta de la Iglesia en los ciudadanos (Díaz Domínguez 2006; Smith 2008). Por ello, resulta importante verificar el grado de asistencia a la iglesia por parte de los católicos en México.
Con objeto de ofrecer comparaciones útiles, se compactaron en tres categorías los resultados de 28 encuestas, como se muestra en la Gráfica 2. Las mediciones disponibles sobre la asistencia de los católicos a la iglesia en los últimos 50 años sugieren una tendencia ligeramente decreciente entre aquellos que acuden semanalmente, es decir quienes asisten a misa al menos cada domingo. En comparación, la tendencia entre quienes asisten mensualmente parece relativamente estable, y entre aquellos que rara vez acuden la tendencia pareciera ligeramente creciente. Los datos disponibles permiten estimar una línea de tendencia general para cada una de las tres categorías, así como apreciar diversas variaciones a lo largo del tiempo.
En particular, la Encuesta sobre Cultura Cívica de 1959 –que tiene un sesgo urbano pues solo incluyó poblaciones con más 10 mil habitantes– muestra que 70% de los católicos acudía a misa semanalmente, sin duda el punto más alto de la serie. En la Encuesta Mundial de Valores de 1981 y 2000 el porcentaje de feligreses asiduos es de 60. En la década de los ochenta la asistencia semanal a la iglesia es menor, en comparación con el principio de la serie y con la década de los noventa.1 También destaca el efecto del milenio: alrededor del año 2000, la religiosidad se incrementó en diversas partes del mundo (Moreno 2005). Tal como lo sugieren los datos reportados de 1999 a 2003, México no fue la excepción: la asistencia semanal siempre rondó o incluso excedió el 50%.2 Un factor adicional que debe tomarse en cuenta es que durante este periodo de tan solo tres años, el papa realizó dos de sus cinco viajes a México, lo que pudo reactivar el fervor religioso.
Los siguientes dos años presentan los valores más bajos de la serie, empezando por aquellos arrojados por la encuesta que Estadística Aplicada levantó para la organización Católicas por el Derecho a Decidir, para la cual se entrevistó solo a católicos. Debe tenerse presente que este cuestionario ya incluía las primeras mediciones relativas a los abusos difundidos en Estados Unidos y México,3 así como opciones diferentes a las tradicionalmente ofrecidas a los entrevistados sobre asistencia a la iglesia, lo que quizás ayuda a explicar las cifras a la baja.4 Sin embargo, existe evidencia adicional que sugiere una tendencia decreciente en aquellos años, como lo muestran las encuestas levantadas por Parametría en noviembre de 2003, lapop en marzo de 2004 y Consulta en agosto de ese mismo año.
Desde las mediciones de Bimsa en 2005 y hasta la siguiente ronda de lapop, realizada en 2008, se aprecia una relativa recuperación. Durante esos tres años, las encuestas de Bimsa (2005 y 2006), la de valores (2005), la de Consulta (2007) y la de LAPOP (2008) reportaron que la mitad de los católicos asistían semanalmente a servicios religiosos. Finalmente, la encuesta de salida realizada por Reforma en 2006 —la de menor proporción entre 2005 y 2008, pero la de mayor medición si se compara con datos reportados entre finales de junio de 2003 y agosto de 2004— rondó los 45 puntos.
Finalmente, en los últimos dos años se aprecia un relativo incremento en la proporción de católicos que reporta asistir semanalmente a misa, como lo muestran tanto LAPOP (primer trimestre de 2010) como la ENVUD, levantada a finales del mismo año, si se las compara con la encuesta sobre religión levantada por el Instituto Mexicano de Opinión en 2009.
En resumen, durante el último medio siglo el promedio de católicos mexicanos que asisten a la iglesia cada semana es de 50%. Si se tienen en cuenta diferentes variaciones a lo largo del tiempo, puede sugerirse una tendencia ligeramente decreciente en el largo plazo, pero creciente en el último año analizado.
Religiosidad y voto, ¿están relacionados?
Existen estudios que encuentran cierta asociación entre religiosidad y preferencia política en México —particularmente entre católicos muy religiosos y apoyo a partidos de oposición antes de la transición a la democracia (Camp 1997). Asimismo, entre religiosidad y participación en las urnas (Domínguez y McCann 1996). También hay estudios que muestran cómo el tradicionalismo religioso y moral ha favorecido a partidos de centro y centro-derecha —como podría catalogarse al PRI y el PAN—, y cómo ciertas posturas menos tradicionales han tendido a favorecer a partidos de izquierda, entre los que puede contarse el PRD (Magaloni y Moreno 2003; Díaz Domínguez 2006). En síntesis, los estudios académicos sugieren una asociación entre religión y preferencia partidista en México durante los últimos 20 años.
Como se anotó anteriormente, el concepto de religiosidad abarca diversas facetas, tales como la asistencia a servicios religiosos en comunidad, una relación personal con lo sagrado consistente en la protección divina y el papel mediador de la Iglesia como institución. Con objeto de medir la religiosidad se utilizó un índice compuesto por cuatro variables: (1) asistencia a la iglesia, (2) importancia de Dios, (2) autoconsideración del entrevistado como una persona religiosa y (5) el grado de confianza en la Iglesia.5Una vez calculado el índice, se procedió a medir la proporción de entrevistados que se ubicaban a lo largo del índice de religiosidad según preferencias partidistas, teniendo como referencia el valor promedio del índice para cada año analizado.
Los resultados sugieren que la distribución de los electores católicos según religiosidad y preferencia partidista ha cambiado a lo largo del tiempo. En 1990, alrededor de dos tercios de los electores panistas y priístas se concentraban en los puntos más altos del índice, mientras que los electores perredistas se distribuían primordialmente en valores menores al promedio. Solo un tercio reportaba altos niveles de religiosidad, como se muestra en la Gráfica 3. Para 1996, dos tercios de los electores priístas reportaban niveles de religiosidad mayores al promedio, mientras que menos de la mitad de los panistas y los perredistas se ubicaban en valores mayores al promedio. En resumen, los priístas permanecieron como los electores relativamente más religiosos entre 1990 y 1996.
En 2000, la religiosidad se incrementó entre todos los electores: tres cuartas partes de los priístas se ubicaron en valores arriba del promedio, mientras que dos tercios de los panistas y perredistas hicieron lo propio. En 2005 se observa un nuevo cambio: dos tercios de los electores panistas y priístas se concentraban en los puntos más altos del índice, mientras que la mitad de los perredistas hacían lo propio. Finalmente, en 2010, alrededor de 55% de los priístas y panistas se distribuyeron por encima del promedio, en comparación con la mitad de los perredistas, según se aprecia en la Gráfica 4. Este nuevo cambio sugiere que actualmente la religiosidad puede favorecer a cualquier partido o bien que sus efectos pueden ser modestos al distribuirse de manera similar.
En resumen, las distribuciones analizadas en los últimos 20 años sugieren que existe cierta asociación entre religiosidad y preferencia política a lo largo del tiempo, relación que en la actualidad no favorece claramente a un solo grupo político. El efecto de la visita papal en las elecciones habrá dependido entonces del mensaje específico de la Iglesia antes, durante y después de la visita y en el transcurso del periodo de campañas, en el que los mensajes moralmente conservadores podrían minar al perredismo católico y eventualmente favorecer al panismo y quizá más claramente al priísmo.
La Iglesia y la política
El último supuesto a verificar es si los católicos mexicanos aceptan que la Iglesia juegue un papel político. En un país tradicionalmente laico, el dato que usualmente se destaca es la proporción de entrevistados que rechaza la intervención eclesial en la política, proporción que nunca ha sido menor a 60% en los últimos 30 años. Sin embargo, como se muestra en la Gráfica 5, la proporción de católicos que aprueba la participación política de la Iglesia ha variado sustancialmente a lo largo del tiempo. La Encuesta Nacional sobre Partidos Políticos de 1983 reporta que alrededor de 10% de priístas y electores identificados con la izquierda independiente (esencialmente el viejo pcm, antecesor indirecto del PRD), junto con 15% de los panistas, aprobaban la participación política de la Iglesia, proporciones acordes a una época en la que el papel de la Iglesia se centraba en apoyar la participación electoral (Camp 1997) y a algunos partidos de oposición, cuando se vislumbraban cambios políticos a nivel local.
Los niveles de aprobación sobre la intervención política de la Iglesia comenzaron a incrementarse durante los noventa entre todos los electores, aumento que se debió en buena medida a la reforma constitucional sobre el reconocimiento de las Iglesias por parte del Estado (Lamadrid 1994). Lo anterior se aprecia al comparar las mediciones de la presidencia de 1991 y 1992 y la Encuesta sobre las Relaciones Iglesia-Estado de 1990. Aun cuando las encuestas de la presidencia no tuvieron un alcance propiamente nacional, pareciera que sí reflejan el apoyo de la izquierda a la reforma de 1992 pues, como se sabe, fue la propia izquierda la primera fuerza que impulsó un reforma similar desde los primeros tiempos del pcm en 1977, haciendo honor a sus vínculos con la emergente teología de la liberación (Monsiváis 1992).
En la última década se han presentado nuevos cambios que terminaron por posicionar a los ciudadanos priístas como defensores de la participación política de la Iglesia, según lo reflejan las propias encuestas de la presidencia de principios de los noventa, la de valores de 2000 y la de Católicas por el Derecho a Decidir de 2003. Esto podría sugerir que el pri, a juzgar por sus electores, quizá dejó de ser el dueño del tema del Estado laico, que pasó a manos del prd. Ahora es común escuchar tal opinión, pero como aquí se ha analizado, esto no fue siempre así. De hecho, según lo muestra la Encuesta de Valores de 2005, un cuarto de los electores de cada partido aprueba la participación política de la Iglesia, lo que nuevamente sugiere que existen oportunidades para cualquiera o bien que los efectos se pueden cancelar entre sí.
A la luz de lo dicho, pareciera que los efectos electorales de la visita papal dependerán de los mensajes específicos del clero
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Post compartido por María Evelia Flores
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