La antigua Yugoslavia, donde los croatas católicos, serbios ortodoxos y los bosnios musulmanes se enfrentaron mediante las armas, y cometieron actos de lesa humanidad y crímenes de guerra entre ellos; esta no fue una guerra religiosa, pero la religión ha sido el elemento identitario esencial para configurar la identidad de los grupos enfrentados violentamente y donde la religión ha jugado el rol de generar un enemigo en aquel que profesa una religión diferente. Lo mismo podemos observar en lo que está pasando en Oriente Medio cuando las comunidades enfrentadas son chiitas, suníes, alauitas, Hermanos Musulmanes y otras fracciones de las dos grandes corrientes chiita y sunita. Detrás de estos enfrentamientos hay un proyecto político y económico, hay una lucha geopolítica para tener un mayor poder regional, por ejemplo, entre Irán y Arabia Saudí, pero las elites enfrentadas utilizan el elemento religioso para legitimar el uso de la violencia y de la guerra. La gran contradicción radica en que para mucha gente la violencia es un acto éticamente intolerable, muchos creyentes musulmanes o cristianos consideran que su libro sagrado no justifica la guerra ni la violencia; pero aquellos que practican la violencia tienden a maquillar sus actos, a legitimarlos y utilizan la religión y los libros sagrados para justificar sus actos.
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