La religión no puede definirse desde el punto de vista de los contenidos. Al parecer, lo más práctico y conveniente es renunciar a este intento y contentarse con definiciones exclusivamente formales, es decir, que en cierto modo, están vacías de contenido, pero que ofrecen la ventaja de ser aplicables a todas las modalidades religiosas.
Se podría concebir la religión, como la suma de las experiencias y de las verbalizaciones y formas de comportamiento derivadas de ellas en las que el hombre o los hombres se problematizan a sí mimos, a su mundo y a su historia, a propósito de un sentido último, es decir, viven como seres cuestionables en busca de un sentido que apuestan y confían en la existencia de ese mismo.
Según esto, las religiones representan estructuras sociales y líneas de continuidad tradicionales, dentro de las cuales sus miembros encuentran modelos previamente formados tanto para sus preguntas como para sus respuestas o esperanzas, de modo que pueden desarrollar una vida religiosa en identidad total o parcial o también, en identidad conflictiva.
Básicamente, la experiencia religiosa se mantiene dentro de una linea de continuidad con las tradiciones en las que han cristalizado y se han consolidado las experiencias de épocas pasadas en los mitos, culto, las instituciones.
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