“Sabía que eventualmente sería aprehendido, pero quería llamar la atención acerca de la guerra de Vietnam”
Daniel Berrigan SJ, activista y poeta
Por Karina Osorno / Foto: cortesía Depaul University, Chicago /Bob Fitch
Tenaz y osado, Daniel Berrigan SJ, activista por la paz y los derechos civiles, es quizá uno de los jesuitas con mayor proyección mediática gracias a su ejercicio de desobediencia civil que, durante tres décadas, usó como recurso incisivo para sacudir los principios ideológicos de la carrera armamentista y bélica del gobierno de Estados Unidos y de la burocracia de la Iglesia católica, a la que acusó de ser hostil con los pobres y cómplice de la guerra.
Hermanos desarmados y peligrosos
Nacido en Minnesota en 1921, Daniel es el quinto de seis hijos de una familia de origen irlandés y alemán. A los 18 años se unió a la Compañía de Jesús. Cautivado por el trabajo de los sacerdotes socialistas de Francia, Berrigan se convenció de la tarea de llevar la Iglesia al mundo e inició su cruzada por la paz en 1966, cuando ingresó como asistente de dirección en la Cornell United Religious Work. Ahí planeó y participó en varias protestas civiles contra la guerra, las armas y la violencia, que comenzaron siendo simbólicas y poco a poco se fueron radicalizando. Phillip Berrigan, su hermano menor y sacerdote de la Sociedad de San José, lo acompañó.
En 1968 los Berrigan se unieron a un grupo de jóvenes católicos, e irrumpieron en una oficina federal de reclutamiento en Maryland. Lograron destruir 378 expedientes de jóvenes que irían a la guerra. Los seis hombres y tres mujeres, conocidos como The Catonsville Nine, esperaron en el lugar para ser arrestados. Esta acción y la dramática intervención de Daniel Berrigan ante la corte durante su defensa, llamaron la atención del país y constituyeron la base de un movimiento social de inspiración religiosa que desafió al gobierno y a la Iglesia católica. Los nueve jóvenes fueron sentenciados y pasaron de dos a tres años y medio en prisión.
De 1970 a 1995, Daniel Berrigan continuó su cruzada. Salió y entró de prisión por periodos que suman casi siete años. Las armas nucleares, el racismo y la injusticia fueron sus objetivos. Sus protestas más sonadas incluyeron martillar y vaciar sangre en los conos de ojiva de unos misiles nucleares, desarmar los lanzadores de misiles de un submarino e ingresar ilegalmente a un buque destructor.
Hoy, con 89 años, vive en Nueva York, trabaja con enfermos de cáncer y de sida, y es profesor en la Universidad de Fordham.
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