Una religión tóxica
Al igual que cualquier droga, la religión misma puede ser adictiva. Primero, es preciso definir adicción como la dependencia a cualquier sustancia o proceso que se utilice para escapar de una realidad (interna o externa) que resulte dolorosa o insoportable. En este caso, además de que la religión se vuelve el centro de nuestras vidas, termina desplazando al yo más interno. Porque al ser adictos y depender completamente de lo que el otro puede ofrecerme, somos vulnerables a la manipulación.
El creyente adulto debería de ser capaz de vivir su religión tomando en cuenta de que esta misma está creada a partir de sistemas de creencias, pero es él quién decide asumirlos desde su libertad. En contrario, cuando únicamente se aferra a estos sistemas de creencias, estará renunciado a su propio yo, su libertad y derecho de dialogar e interpelar; volviéndolo víctima del abuso espiritual y creyente de que hay una manera específica de vivir la espiritualidad y llegar a Dios.
El humano, en su búsqueda interminable de satisfacer sus necesidades básicas, acude a la religión para encontrar un sentido. Porque el sentido de pertenencia a cualquier comunidad necesita organizarse alrededor de un conjunto de creencias, normas, que le dicten una pauta de cómo debería de vivirse la misteriosa vida.
Ballester inicia mencionando la postura de Nietzsche sobre la fe; el hombre fiel es dependiente, alienado de sí mismo e irracional, incompatible con la ciencia porque se sitúa meramente en el ámbito religioso. Pero, es de esta misma manera en la que el autor propone que la fe, en contrario, humaniza y posibilita el progreso humano (razón) y la vida misma.
El hombre ha tenido fe desde siempre. Se deslindó del instinto e inició su voluntad libre, en la que se tuvo que enfrentar a vivir en un mundo que desconocía, con total ignorancia de sí mismo. Sin un acto de fe, no podría viviren el mundo que lo rodea, porque al ser desconocido, es mal. La fe lo hace capaz de orientar su existenciay realizarse en este espacio extraño.
Para reconocerlo, es necesario el pensamiento, porque es el que nos permite identificarnos, interpretar el mundo presupuesto por la historia y cultura en el que vivimos. Al encontrarnos inmersos en esta cotidianidad, nos es difícil distinguir nuestra propia visión ante las cosas y es aquí donde la fe es necesaria para discernir ante nuestra realidad.
La ciencia y creencia no deben ser opuestas; la ciencia actúa confiando de sus antecedentes y utilizando el criterio al encontrarse con las creencias. La credulidad es de los mayores enemigos de la fe, porque acepta lo que se le dice sin juicio crítico. Es incapaz de examinar porque le asusta que no sea verdadero y es la manera más fácil de calmar la engañar a la incertidumbre de la existencia.
Si la fe hace posible el pensamiento cómo puede ir en contra de el, si es este el mismo que propicia el análisis y apropiación del conocimiento. Al poner las cuestione en juicio, el hombre razonable y sensible podrá ser capaz de eliminar su autoridad sobre el y lo tomará como suyo. Es por esro que la fe se puede definir como un difícil equilibrio entre el racionalismo (para cuestionar y poner en juicio) y la credulidad (para ser capaces de tener un gusto maravilloso y místico).
Al entender que la fe es la confianza sobre la existencia, se pueden entender las relaciones humanas como un acto ciego de fe, porque se acepta que el otro es libre de intervenir en nuestra vida. Una fe total en el otro hombre sería imposible. El humano es finito y limitado, reconocido como el otro que nos hace capaces de reconocer al radicalmente otro, el infinito y merecedor de confianza incondicional, Dios. Es justo en este ser tan lejano, distinto y ajeno, en donde el ser humano es capaz de tratar consigo mismo.
El autor menciona que, para combatir la adicción religiosa y el abuso de autoridad, deberemos de revisar constantemente nuestros mapas mentales (impuestos por la familia, educadores) y la coherencia que estos tienen con las personas en las que nos hemos convertido (después del constante cambio) y en un mundo que, de misma manera, ha cambiado. Es decir, deberán de ajustarse a nuestra realidad interna y externa.
Ballester, M. G. (n.d.). Fe: Reflexiones teológicas, 9.
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