lunes, 12 de julio de 2010

Una noche que cambio una vida

Graves pruebas personales y familiares avivaron en él un intenso deseo de dar un sentido cabal a su existencia. Pero permanecía insensible a la luz de la fe. A pesar de efectuar largos y penosos procesos intelectuales, no lograba clarificar lo que era la cuestión básica de la vida humana: si existe alguna realidad superior al mundo que dé pleno sentido y cumplimiento a la existencia del hombre.
La gran capacidad analítica no acertaba a responder a esa pregunta. Una persona de actitud de soberbia espiritual rechazaba la idea de un Dios que atiende con solicitud y cariño al hombre. . Veía a Dios como un ser lejano, incomunicado de los hombres, puro término de la mirada intelectual, objeto de reverencia muda e inmóvil pero nunca de acogimiento de hijo.
Sin embargo, aquella noche comenzó a experimentar un vivo deseo interior de que todas sus objeciones a la existencia de un Dios providente fueran inválidas. Pensaba que los hechos producidos por Dios carecen de sentido. Este pensador, quebrantado por los avatares de la guerra civil española, que había hecho presa de modo trágico en su propia familia.
El silencio de Dios, el hecho de que Dios pareciera contemplar impasible nuestros sufrimientos, le producía un alejamiento de la fe, una sensación de que la vida carecía de sentido.
Sin embargo, al plantearse la cuestión del sin sentido de la existencia, sentía en su interior que se avivaba el deseo de que existiera un ser que diera razón a todos los acontecimientos, tanto a los felices como a los adversos. sufrió una crisis de resentimiento que le llevó a rebelarse contra el Ser Supremo. La única libertad reservada al hombre le parecía ser la de no aceptar el obsequio de la vida y recurrir al suicidio, como acto desesperado de posesión de sí mismo. Pero, al verse en tal callejón sin salida, decide volver sobre sus pasos y rehacer desde sus bases todo aquel proceso intelectual. Con un enorme esfuerzo de voluntad, se toma una tregua en el pensamiento.
la revelación de un Dios que esconde su divinidad en la forma humilde e indefensa de un niño. Y esa idea suscitó en su imaginación una visión intensa de las escenas fundamentales de la vida de un Dios hecho un ser menesteroso, como nosotros, y entregado a hacer el bien hasta su muerte en una cruz.
Comprendió que esa aparente indiferencia de Dios responde a un profundo respeto por la libertad del hombreno era justo que Dios apareciera de una manera tan manifiestamente divina, ni de una forma tan oculta que no pudiese ser reconocido por quienes lo buscaran sinceramente.
Todo lo que mira a Dios supera a nuestro espíritu y se halla por eso mismo rodeado de sombras, pero Él mismo nos ha proporcionado pruebas accesibles a nosotros para que seamos capaces de entenderle razonadamente.
La contemplación de ese Dios de carne y hueso, que se compromete por amor a compartir la suerte del hombre, convirtió aquella distancia infranqueable en una cercanía sobrecogedora. Esa vecindad – explicaba – hizo posible la interrelación personal, la oración, el diálogo con su Dios: un encuentro que suscita sentimientos de paz y transforma la vida y la mentalidad del hombre que ora. “Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí.” Se había convertido. “Es verdaderamente extraordinario e incomprensible, cómo una transformación tan profunda pueda verificarse en tan poco tiempo.” Aceptar con humildad a Dios
Había aceptado a Dios. “El acto más propio y verdaderamente humano – decía – es la aceptación de la voluntad de Dios. Querer libremente lo que Dios quiera: he ahí el ápice supremo de la condición humana. Tras el hecho extraordinario vivido en aquella noche se advierte que la solución de este problema radica en reconocer la realidad de la condición humana, en saber aceptarse uno mismo como un ser limitado y necesitado.
Al aceptar esto, el hombre adopta una actitud de sencillez espiritual, de humildad, de disponibilidad, de acogimiento agradecido. Reconoce que lo propio del ser creado es la gratitud hacia su creador, de la misma manera que lo propio del hijo es querer a sus padres. Y esa prontitud para el agradecimiento corta de raíz una de las causas fundamentales del ateísmo: la soberbia y el resentimiento. Y desbloquea el espíritu, encerrado y resentido por su limitación.

1 comentario:

  1. Elizabeth, tu participación me sorprende ya que no corresponde a la anterior ya que son muy diferentes, aun que me parece que muestran un razgo muy posmderno: la crítica a los metarelatos. El hombre contemporáneodesconfía de las instituciones, de las iglesias, pero reconoce su aspecto sentimental-intuitivo, es decir reconoce lo que llamaremos la presencia de un 'sentimiento religioso' Por eso es frecuente escuchar a persona que dicen no profesar una religión sino vivir una espiritualidad

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